Estás cerca. A mi lado. Casi puedo tocarte si estiro los brazos. Sin embargo, estás lejos. Eres tan igual y tan distinta a mi que me provocas dudas y ganas de seguir conociéndote. Quizás por eso también te quiero. Cada vez que me acerco te siento como un olor a guiso que se cuece en la lumbre a fuego lento. Hueles a madera en invierno, a la paz que da un libro viejo cien veces leído, mil veces descubierto como si fuera nuevo. No existen veranos ostentosos todo es normal y asequible en ti. Nunca tienes prisa y cuando te veo siempre te encuentro esperando aunque sé que nunca me esperas. Muchas veces te ignoro y otras te amo y siempre me recibes bien a pesar de mis injustificadas ausencias. Te conocí mucho antes de conocerte y te soñaba tal y como eras. Con esa serenidad, con esa naturalidad que da la sencillez, con esa falta de prisas, da igual que llegue la noche y luego de nuevo el día acompañado de tu conversación musical.
Antes no te veía porque los muros eran altos y yo bajo. Las puertas eran de difícil acceso. Me intimidaban los guardias que había entre tú y yo. Me vigilaban cada vez que entraba en ti. Sentía sus miradas de sospecha en mis ojos. ¿Que pensaban? ¿Qué tú y yo no eramos la misma cosa? El tiempo ha pasado y ya no me basta con mirar desde lejos, ahora quiero verte, tocarte, sentirte cerca y dentro de mi, conocer tus debilidades, tus sentimientos. Hueles a café solo, a cilantro, a fachadas pintadas de azul, a domingo en sábado.
Dicen que una raya imaginaria nos separa como si alguien pudiera separarnos.