Cuando puse en Facebook la foto que encabeza este post me dijeron: ¿eres capaz de inventar historias con los cambios que se van produciendo en las nubes? Dije que no, que no tengo imaginación, que solo sé escribir lo que veo. No soy capaz de descubrir entre esos algodones blancos y gigantes a un perro con un osito dándose la mano solo con el poder de la imaginación.
Miro otra vez la foto y me encuentro con la palabra melancolía. Una melancolía que es como un dolor placentero. Igual que cuando aprietas con el dedo una muela dolorida. Un placer que dirige mis pensamientos hasta los fados de Dulce Pontes, mejor a las habaneras con voz nasal de Carlos Cano, o ese dolor desgarrado de una seguiriya cantada en el silencio de una peña.
Atraviesa este paisaje mi sueño de hombre casero: de mesa camilla, de brasero de picón con badila,y el resplandor rojo del carbón ardiendo.
El día que hice la foto iba con mi cámara atada al cuello. Hacía frío. Pisé la hierba mojada con mis botas de montaña y sentí el helado aire endureciendo mi piel. Ahora, en casa, sentado en el brasero, vuelvo a mirar el frío de aquel día y veo también, el silencio, mi silencio. Pienso en todos los atardeceres nublados que fueron configurando mi alma hasta hacerla así de imperfecta, encallada por los pasos mal dados, modelada por los distintos vientos.
Miro y veo las ramas y pienso que mi trono está en el bosque, en el campo. Me siento como un león que ha nacido dentro de una jaula, para ser exhibido manso en un circo donde el mayor protagonista es un payaso.
No tengo imaginación. No puedo inventar historias ni buscar en las nubes delfines, unicornios, animales mitológicos, gigantes con cara de bueno, solo puedo contar lo que hay,solo puedo contar lo que veo.