En un banco en San Francisco se sienta un viejo solo. Apoya el bastón. Se quita la gorra con mano temblorosa y la pone en la piedra. Se pasa un pañuelo por la cara arrugada y luego lo mira como si hubiera quitado de su rostro algo, quizás esas arrugas como surcos, esos años vividos. Observa a los niños jugando y piensa en lo rápido que ha pasado todo y lo poco que ha disfrutado, quizás por esa cobardía a la hora de tomar decisiones. Esboza una sonrisa ante los juegos infantiles, luego vuelve a su rostro el rictus serio de la vejez, de la soledad. Coge el bastón y se va despacio, encorvado, cojeando. Se marcha mirando su pasado, viéndose así mismo cuando era más joven al observar como se sienta en el mismo banco un hombre alto y delgado. Al poco tiempo llega y se sienta en el otro extremo una muchacha morena, perfumada, arreglada, impaciente. No se dicen nada, están nerviosos. Poco a poco van aproximando las manos, apenas rozan sus dedos, se miran, sonríen durante un momento, un instante en el que están solos en mitad del mundo, ese instante en el que la música suena en su interior y los colores empiezan a ser más intensos. No se tocan, y aunque no se besen se están besando con el fuego tórrido de la mirada en un largo y profundo beso. Están así un instante o un mundo entero hasta que ella retira las manos que quedan libres como testigos mudos, como dos ventanas cerradas con un postigo para asomarse,respirar y vivir. Se levanta y se va sin irse, sus pensamientos están donde su corazón, en el banco. Se va hacia otro lado, hacía otra vida, a su vida, a su rutina de años. No mira atrás porque sabe que si mira se vuelve para siempre y en casa la están esperando. Él se queda sentado mirando hasta que deja de verla, luego se levanta y empieza a caminar en sentido contrario. Se para, se mira la mano, la coge con la otra y sigue andando, despacio, lentamente, casi sin tocar el suelo, como levitando.
El banco se queda solo pero todavía caliente por el fuego de las manos entrelazadas. Se posan unas palomas blancas como palomas de la paz, como un poema de Alberti, como un dibujo de Picasso. Empieza a oscurecer. Hace frío. Se hace de noche.