A las 11 sonaba el timbre en el Instituto Zurbarán y salíamos al patio en desbandada. Algunas veces, en lugar de jugar al fútbol o hacer un repaso de última hora, nos escapábamos a la calle por una reja rota que había en la parte trasera. Tendríamos 15 años. Íbamos hasta los almacenes de la Paloma donde cada día ponían un chiste distinto. Desde entonces tengo la costumbre de leer la viñeta del periódico. Primero al fallecido Larrey, aquel trabajador de correos serio y discreto que conocí un día en un bar de Usagre, ahora sigo a Sansón y al Roto.
Camino del chiste encontrábamos dos o tres obstáculos. El principal estaba al final de la calle del Obispo cuando pasábamos por el otro instituto,el de las niñas. Por aquellos entonces los centros no eran mixtos. Ellas esperaban nuestro paso asomada a las ventanas armadas de tizas y una lengua ágil y afilada que nos hacía enrojecer ante nuestra pavería masculina de granos y timidez. Algunas veces contestábamos a sus provocaciones aunque siempre resultábamos mal parados en esa guerra dialéctica donde la retórica femenina era más sutil y pícara que la nuestra.
Otro obstáculo era los futbolines donde si entrabas podías perder la siguiente clase. Enfrente de los futbolines había un quiosco, un pequeño bar como los que han derribado recientemente en la Plaza de Mérida. Por los alrededores del quiosco te podías encontrar con el Jerezano, un gitano con sombrero de pistolero que una día vendía lotería descalzo y otros se exhibía como un Buffalo Bill con abrigo de pieles y gruesos cordones y anillos de oro. Eran aquellos maravillosos años que soñábamos con terminar los estudios e integrarnos en la vida laboral para hacernos adultos sin saber que ser adultos era esto.
Hoy volvería a los jersey hecho a mano, a llevar chapas del Che Guevera ,a ser comunista, a jugar al fútbol con zapatos, a las clases de literatura de Enrique Segura, a peinar mi cabeza de pelos rizados con las manos, a escuchar a Victor Jara, a ver películas de dos rombos, a creer en la gente, en la justicia,en la honestidad. Aquellos años en los que google estaba en papel, en enciclopedias y diccionarios.
Diego Algaba Mansilla