Fui a despedirlas a la estación de trenes. Llevaban una maleta y una mochila para las dos. Veinte agotadores días de playa por delante. Yo me quedé en la ciudad, tenía que trabajar. Esta vez el tren no se estropeó. Ellas llegaron a su destino a la hora prevista y yo me convertí en un Rodríguez.
Lo que pasó después no sé como sucedió. Aunque en el piso de arriba no vivía Marilyn, si vivía la tentación. Un joven de unos treinta años con el que hasta ahora solo había coincidido en el ascensor. Ese día me lo encontré en el bar de abajo. Yo no solía ir al bar. Antes solo había entrado una o dos veces, pero estaba solo en casa y la casa se me caía encima, así que bajé para huir de la angustia. Cuando iba por la segunda cerveza llegó el vecino de arriba. Era un tío simpático y educado que habló de algo de los buzones del bloque, no recuerdo bien qué. Después de varias cervezas me dijo que había quedado con unos amigos en un pub del casco antiguo. Me dijo que si quería ir, y yo, envalentonado por la cerveza y por la curiosidad de ver dónde y cómo se movía la gente joven, me apunté. Hacía tiempo que no entraba en una discoteca, ni en un bar de copas, así que fui con él. No recuerdo el nombre del bar, si recuerdo que nos tomamos un gintonic. Fueron llegando sus amigos, me los presentó, luego, cada uno se fue moviendo por el local con la soltura de los que conocían el terreno. Saludaban a unos y a otros, hablaban con las chicas, así que me quedé solo en la barra un poco achispado, creo que achispado es una palabra menor para mi estado. No sé cuando llegó ella, Morena, con un bronceado de playa, el pelo largo y liso, llevaba unos pantalones vaqueros rotos y una camiseta de tirantes blanca y ajustada,se movía con soltura dentro de los tacones. Me sonrío. Miré atrás buscando el receptor de la sonrisa, no había nadie, la sonrisa era para mi. Creo que se me pasó de repente el achispamiento. Se acercó y no sé como empezó a hablar conmigo, no recuerdo bien de qué. Tomamos otro gintonic . Tampoco sé como, de pronto, estábamos los dos en un taxi camino de su casa, vivía al otro lado del río. No recuerdo bien su casa pero si recuerdo que nos empezamos a besar, cada vez con más pasión. Me quitó mi polo azul, ella se quitó la camiseta blanca mientras seguía besándome con pasión y decía que no. “No quiero” me decía mientras me desabrochaba el cinturón; “No quiero” decía mientras me empujaba a su cama; “no quiero” decía mientras que con habilidad se colocaba encima de mi.
Y ahora en casa, recordando aquel día, no recuerdo que en aquella noche hubiera ni un solo si.