Aunque parezca que fue ayer, hace muchos años que Lola Labrador y yo corríamos tres o cuatro días a la semana por las pistas de los alrededores de Llerena. Íbamos andando hasta un camino que había detrás de la piscina desde donde empezábamos a correr. Atravesábamos las vías del tren y llegábamos hasta cerca de las Casas, sin perder nunca de vista la imagen rotunda de la silueta del castillo de Reina, luego girábamos a la izquierda y volvíamos por otra vereda que llegaba a las traseras de la estación de trenes. Siempre íbamos solos durante los 8 o 9 km. del recorrido sin encontrarnos con nadie, excepto con un pastor que guiaba a sus ovejas. Pero de pronto, un día, vimos a dos jovencitos corriendo en sentido contrario al nuestro. Lola, que era maestra y conocía a los niños del pueblo, me dijo que eran el hijo de Basilio el abogado y Alvaro el de Macarena, la veterinaria. Igual que un día aparecieron, otro día nos los cruzamos andando con ese movimiento eléctrico y singular que llevan los marchadores. Si ya era raro ver a alguien corriendo por aquellos lugares y en aquellos tiempos, más raro era verlos haciendo marcha. Nunca más supe de ellos, hasta que hace un tiempo, y ya estando destinado en Badajoz, empecé a ver a Alvaro en los periódicos como un destacado deportista.
El sábado 11 de agosto vi por televisión como ganaba el campeonato de Europa.
Ese niño pecoso que corría por los caminos que llevaban a Casas de Reina, hijo de Macarena, la veterinaria que trabajaba conmigo en el Centro de Salud, ha alargado su pequeña zancada por los caminos solitarios de tierra y piedra llerenense hasta la meta multitudinaria de Berlín para convertirse en campeón de Europa, y a mi me ha hecho recordar a mi amiga Lola, al pastor de ovejas, a esos caminos de tierra y piedra con jaramagos en la cuneta, donde tantas gotas de sudor dejamos en aquellos tiempos en los que correr era un placer practicados por muy pocos.
Enhorabuena, Alvaro Martín Uriol Batuecas. Muchos años después, cuando ya pocas cosas me emocionan fuera del circulo infantil de mi niña, has conseguido que salté frente a la pantalla del televisor con ojos vidriosos, y poder presumir de conocerte, aunque tú ya no te acuerdes de mi y a mi me cueste reconocer en tu cara de adulto a aquel niño flacucho y ligero.