Voy a escribir del paseo del río sin mirar el camalote. Esa ensalada verde que cubre cada vez más superficie de agua y que, según el responsable, es un problema de imagen. La imagen del río también es la imagen de la ciudad. Voy al parque de la orilla derecha. Entro por una calle del barrio de las Moreras. Cuatro jóvenes juegan a las cartas sobre una mesa plegable. Una señora camina con una bolsa de plástico de cinco céntimos, coge su contenido y tira la bolsa igual que hacía cuando era gratis. Entro en un comercio que se llama La Tienducha, delante de mi un niño en pantalones cortos y sin camiseta compra mortadela.
Llego al aparcamiento. Entro en el parque, y de pronto parece que estoy en otra ciudad. El césped tiene un verdor que entran ganas de tumbarse en él, los patos ya no molestan y forman parte de un paisaje que con la luna, el río y el puente que se refleja en el agua hacen una composición casi perfecta. La orilla está llena de gente en ropa deportiva, unos corren rápido, otros lento, algunos disfrutan de la brisa barata del río encima de costosas bicicletas. En el gimnasio, al aire libre, atletas de cuerpos musculosos suben y bajan la barra con la fuerza de sus brazos. En las pistas, jóvenes y mayores, grande y pequeños juegan al fútbol, al voleibol, al baloncesto, todas las pistan están ocupadas. Los recintos infantiles están llenos de niños subidos a los columpios. Algunos sábados hay actuaciones en el embarcadero. En el chiringuito, camareros jóvenes y simpáticos no dan abasto. También tienen cocina y aunque no le darán nunca una estrella Michelín, se puede pedir alguna ración con una cerveza de barril fresquita en un ambiente relajado de luz lunar y alguna mirada cómplice entre mesas.
Hay un circuito donde los niños aprenden a manejar bici sin pedales,sin ruedines, patines de una fila.
Hay personas que van con sillas plegables. Jóvenes que se sientan en el césped encima de una manta buscando el frescor del río y la intimidad de la noche, como he visto en otras ciudades, como hacen en otros países. El parque del Guadiana tiene una vida multicolor para el disfrute de todas las edades y aficiones.
Hoy, en este artículo, no toca mirar el camalote, ni los perros, ni los que fuman en veladores delante de niños.