En la Avenida Juan Sebastián Elcano ha cerrado el Sango. Otro clásico que cierra. Un bar de barrio es algo más que un bar, es el espacio donde se reúnen los clientes de siempre igual que lo hace una familia numerosa en el salón de casa. En el bar se conoce a los vecinos mejor que en esas reuniones en el portal para ver cómo van las cuentas. La barra es el sitio donde se juntan los jóvenes pero sobre todo los mayores. El espacio donde algunos buscan sentirse acompañado ahora que tanto se habla de la soledad en las ciudades. Los bares, igual que las tiendas de barrio, son la casa de todos y más de los que teniendo casa no tienen hogar.
Hay tiendas en el barrio que permanecen a pesar de la amenaza constante de las grandes superficies. En la Calle de la Maya sobrevive Pepe el “pescaero”, el ultramarino de Inmaculada; en el pasaje la panadería de Tina y Alfonsi, empiezan a las cinco de la mañana para tener el pan crujiente a las nueve; en la autovía la frutería de Carmen, la droguería de Julio, la carnicería de Cerrato, el bazar de Andrés, las ofertas de Inma en el Cruce y el kiosco de la prensa donde se puede comprar, además de los periódicos, muchas cosas por cinco céntimos, ignoro el margen de beneficio. En todas los establecimientos hay una silla donde se sientan las personas mayores, esas que no tienen prisa por llegar a la soledad de su casa y donde sanan de la tensión, de la melancolía y del miedo a la vejez. La mejor medicina es el cariño.
Ha cerrado el Sango donde los jueves ponían arroz con liebre, pero también ha llegado la mixomatosis a la cajas registradora.
Ha cerrado el Sango, una parte de la historia del barrio donde surgían debates apasionados aunque nunca tan macarras como en el Congreso de los Diputados.
Han cerrado el Sango donde a más de uno le dieron las diez, las once las doce, la una y las dos aunque en lugar de una sucursal del banco Hispanoamericano están haciendo una fría y triste sala de juegos para cambiar el pitarra con aperitivos y conversación por el sonido de las máquinas tragaperras.
Ya tenemos en el barrio una de esas salas de apuestas que están creciendo como setas en Badajoz donde se hacen más pobres los que quieren ser más ricos.