Hace tiempo que no escribo, que no siento debajo de mis dedos el tacto de las teclas. Este portátil, con la memoria llena de Plaza Altas, fotografías y muchos ratos de melancolía, ha pasado por el taller. Gracias a la habilidad de Ángel, el informático que es capaz de atender a dos cosas a la vez,arregla ordenadores mientras atiende un puesto de loterías, y a cien eurazos, tengo un ordenador como el de antes del porrazo.
Durante ese tiempo ha habido días que los he tomado como vacaciones. Días en los que la actualidad ha pasado por mi lado sin rozarme. También ha habido días que me he mordido la lengua por no poder contar lo que sentía con los acontecimientos que se sucedían a velocidad de vértigo. Mi portátil, como un viejo amigo de barra, mantenía el vaso vacío mientras que la estantería lucía una botella sin descorchar llena de ideas desordenadas, algunas dolorosas, otras tiernas, todas nuevas.
He visto como los trenes siguen estropeándose. Los extremeños siguen protestando. Protestan los que viajan en tren, los que no, los que no van a viajar nunca.
Pero no todo es tren. La vida de la región continua rodando al ritmo cansino de la resignación. Los jóvenes se nos van. Esperemos que cuando tengamos ese tren digno haya gente para montarse, y Extremadura no sea una ciudad de viejos, de asilos, de pájaros raros en Valdecañas y Central Nuclear en Almaraz sin alternativa.
Está bien que la gente proteste, qué sea crítica con sus gobernantes, que luchemos por el tren. El tren no solo es para personas, también para mercancías, para conectarnos al progreso, pero que también valga esa unión del pueblo en la indignación para pelear por el empleo; por la desigualdad; por evitar el envejecimiento de la población dando oportunidad a la juventud; por una sanidad para todos. Los que tienen poder adquisitivo contratan seguros privados para evitar las listas de espera. No todos los que protestan por el tren van a montar, pero si todos vamos a pasar por centros de calud y hospitales.
Qué ganas tenía de tener de nuevo el ordenador debajo de mis dedos, sobre todo días atrás, y eso que a partir del tercer día decidí no poner la televisión. Me produce escalofrió todos los que ganan audiencias, palabra sinónima de dinero, con el dolor de una familia, con la muerte de un niño.