Yo iba a un baile que hacían los sábados por la tarde en un local de Olivenza al que llamaban el Chacha y al que nosotros llamábamos discoteca. Éramos cinco muchachos amochuelados que no podíamos disimular nuestra timidez ni siquiera en el refugio del grupo. El disc jockey pinchaba un primer lote de canciones sacados de los 40 principales conocidas como las sueltas. Luego apagaban las luces y sonaban las lentas para bailar agarrados. Ellas se sentaban en unos sillones alrededor de la pared y nosotros íbamos en fila preguntando: ¿bailas?,¿bailas? A mi todas me contestaban que no. Una tarde una chica me dijo sí. Empleé toda mi concentración en hacer correctamente lo ensayado en casa. Dos pasos con la derecha y uno con la izquierda, las primeras preguntas estaban preparadas para no fallar, ¿cómo te llamas?, ¿estudias o trabajas? Luego ya dependía de la habilidad de cada uno el camino que tomara la conversación y las manos para recorrer la espalda femenina con el fin de alcanzar el idealizado amor de adolescencia. Las mías quedaron paralizadas por los nervios y ni siquiera acertaron a sentir la textura de su jersey gordo de lana y cuello alto. Me confundía con los pasos, me quedé callado, no le pregunté el nombre. Estaba más pendiente del dos y uno y de no pisarla que del inexistente dialogo. Aquella canción me parecía que no iba acabar nunca. Pensaba en que me iba a plantar en la pista por patoso y aburrido. También tenía ganas de que acabara para salir corriendo y contárselo a mis amigos. Hoy, al cabo de los años, todavía recuerdo la cara de aquella chica y de la canción que se me hizo eterna” mis manos en tu cintura” de Adamo.
Teníamos dieciocho años. Nos creíamos sabios pero éramos ignorantes, fuertes pero vulnerables, únicos aunque fuéramos iguales hasta en los andares. Queríamos hacernos mayores, descubrir los placeres de la vida en dos días.
Hoy, hablando con un amigo de aquella época, nos preguntamos ¿si nosotros hubiésemos vivido esta pandemia a los dieciocho, nos hubiéramos encerrados en casa en aquellos años de rebeldía y alteraciones hormonales o hubiéramos sido igual que los que no respetan el confinamiento? Los dieciocho es una mala edad para encerrarse. Pensamos que nos hubiéramos aislado, y si no los hubiéramos hecho por nosotros mismos nos hubieran obligado nuestros padres. y eso cuando yo era joven, era innegociable Y