Y otra vez llegó el viernes. Y otra vez fui al mismo chiringuito, al que llevo yendo desde hace 15 años. Allí el vino me hace olvidar el olor a pintura. Hace que olvide que he estado todos los días de la semana 8 horas trabajando, cinco días a la semana levantándome a las 6 de la mañana, duchándome y tomando un café con un chorro de coñac para desprenderme de la noche y despertar, y salir a la calle y recorrer el mismo camino y cruzarme con las misma personas hasta llegar a la fábrica, para hacer el mismo trabajo durante 8 horas seguidas menos 20 minutos de bocadillo.
Hoy, viernes por la tarde, soy otro. Me quito el mono azul y me pongo mi vaquero y mi camisa de rayas y la cazadora roja y me rocío de colonia: agua brava en invierno, Álvarez Gómez en verano y salgo a la calle. Todos los viernes por la tarde soy otro cuando estoy sentado en el mismo taburete que el viernes pasado y el anterior, y el mes antes, y el año antes, desde hace 15 años que empecé a trabajar en la fábrica, y probé por primera vez este vino mágico de pitarra al que llaman el vino de la casa. Aquí sentado sueño que esta noche va a ser el día que en el bombo salgan los números que he comprado en la lotería. Y mientras pido otro, como todos los viernes desde hace quince años, pienso que el lunes iré a la fábrica tarde y cuando me digan López, ¿cómo llegas a estas horas?, con una sonrisa diré. No vuelvo más, solo vengo a despedirme y a cobrar el finiquito.
Llena Manolo. Como todos los viernes la gente empieza a llegar. Espero que alguien coja la guitarra y se ponga a tocar y luego Paco, que bebe en la otra esquina y también trabaja en la fábrica, se pondrá a cantar y después se anime el resto, hasta yo he cantado alguna vez. “Carmen, Carmen voy a tener que emborracharme que si no, no podré hablarte, Carmen, Carmen, Carmen”
Hoy estoy de enhorabuena ha salido al final el 5 en la lotería me ha tocado lo que jugaba, el próximo viernes la lotería me sale gratis. Llena la barra.