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Diego Algaba Mansilla

MIGAS CANAS

CAMPO DE LA FEDERACIÓN

Días antes había leído en este periódico que iban a derribar el campo de fútbol José Pache de Badajoz. El lunes siguiente vi las máquinas, no las que están extrayendo tierra y rebajando el cerro que subíamos y bajábamos corriendo con un compañero a cuestas. Un entrenamiento más apropiado para militares que en caso de necesidad tienen que cargar con el soldado herido (malditas guerras), que para ilusionados futbolistas.

 Las máquinas derriban las paredes grafiteadas del campo de Fútbol José Pache, aunque para mi generación y sobre todo para los que hemos jugado en el Flecha Negra, lo conocemos como campo  de la Federación. El campo de la Federación era donde entrenábamos los días de diario y jugábamos los domingos.

El campo de la Federación está frente a mi trabajo, por lo que estoy siguiendo el  derribo de cerca con la nostalgia de tantos domingos de esfuerzos, gloria y algún fracaso.Entonces la felicidad no dependía de un resultado,cuando el fútbol solo era un deporte.

A diario veo como van desapareciendo las paredes que antes eran lisas y ahora están  adornadas con coloridos graffitis, unas paredes que valen más  por la historia deportiva que contienen que por sus muros.

Un campo que en nuestra época era de tierra, una tierra que drenaba el sudor de unos muchachos entusiastas que aspirábamos a futbolistas de categorías superiores, queríamos fichar por el Badajoz, cuando el Badajoz era el Badajoz, como escribiría Rajoy, y donde terminaron compañeros como Alegre, Macarro, Sancho, Edu, Rodrí… o en primera división como, Manolo Agujetas, Job,Adolfo, Martinez…

Están derribando el recinto que actualmente sirve de refugio para algunas personas enganchadas a la droga que malviven esclavos de sus adiciones, esos a los que se les ve corriendo como zombis en busca de su dosis para vivir a la intemperie, entre las gradas por donde nosotros corríamos y saltabamos realizando entrenamientos que no tenían nada que ver con los actuales, unos entrenamientos diseñados con más  ilusión que formación.

Cuando me asomo a la ventana y veo las paredes  y las gradas rotas, veo a  Manolo el Gordo, gritando desde la banda, veo a Jesús Ferrer “Garica” dando instrucciones, Antonio que algunas veces iba a dirigir los entrenamientos con el traje de celador del Perpetuo Socorro,después de su jornada laboral, o Antonio el Feo que salía de la obra para ir al campo que coronaba un solitario Cerro del Viento. 

Después llegó Cachola, pero eso ya es otra historia.

 

Diego Algaba Mansill

Días antes había leído en este periódico que iban a derribar el campo de fútbol José Pache de Badajoz. El lunes siguiente vi las máquinas, no las que están extrayendo tierra y rebajando el cerro que subíamos y bajábamos corriendo con un compañero a cuestas. Un entrenamiento más apropiado para militares que en caso de necesidad tienen que cargar con el soldado herido (malditas guerras), que para ilusionados futbolistas.

 Las máquinas derriban las paredes grafiteadas del campo de Fútbol José Pache, aunque para mi generación y sobre todo para los que hemos jugado en el Flecha Negra, lo conocemos como campo  de la Federación. El campo de la Federación era donde entrenábamos los días de diario y jugábamos los domingos.

El campo de la Federación está frente a mi trabajo, por lo que estoy siguiendo el  derribo de cerca con la nostalgia de tantos domingos de esfuerzos, gloria y algún fracaso.Entonces la felicidad no dependía de un resultado,cuando el fútbol solo era un deporte.

A diario veo como van desapareciendo las paredes que antes eran lisas y ahora están  adornadas con coloridos graffitis, unas paredes que valen más  por la historia deportiva que contienen que por sus muros.

Un campo que en nuestra época era de tierra, una tierra que drenaba el sudor de unos muchachos entusiastas que aspirábamos a futbolistas de categorías superiores, queríamos fichar por el Badajoz, cuando el Badajoz era el Badajoz, como escribiría Rajoy, y donde terminaron compañeros como Alegre, Macarro, Sancho, Edu, Rodrí… o en primera división como, Manolo Agujetas, Job,Adolfo, Martinez…

Están derribando el recinto que actualmente sirve de refugio para algunas personas enganchadas a la droga que malviven esclavos de sus adiciones, esos a los que se les ve corriendo como zombis en busca de su dosis para vivir a la intemperie, entre las gradas por donde nosotros corríamos y saltabamos realizando entrenamientos que no tenían nada que ver con los actuales, unos entrenamientos diseñados con más  ilusión que formación.

Cuando me asomo a la ventana y veo las paredes  y las gradas rotas, veo a  Manolo el Gordo, gritando desde la banda, veo a Jesús Ferrer “Garica” dando instrucciones, Antonio que algunas veces iba a dirigir los entrenamientos con el traje de celador del Perpetuo Socorro,después de su jornada laboral, o Antonio el Feo que salía de la obra para ir al campo que coronaba un solitario Cerro del Viento.

Después llegó Cachola, pero eso ya es otra historia


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