Salgo de casa. Es domingo por la mañana. En alguna ventana hay luz, son los pocos que no salen a desayunar fuera, esos que les cuesta quitarse el pijama y van despertando con lentitud prolongando el sueño nocturno.
En la calzada la falta de vehículos provoca una agradable ausencia de ruidos, aunque algún rezagado de la noche pasa con la ventanilla del coche bajada y música de reggaetón a todo trapo, rompiendo el sosiego de la calle.
En el paisaje urbano destaca un cartel amarillo anunciando el establecimiento de compro oro.
En el kiosco de prensa, cerrado desde hace un año, hay pegada una fotocopia de un gato perdido que se busca. Veo una frutería con un cartel de traspaso donde todavía queda el anuncio de vendo cerveza fría.
Se oye un murmullo por la calzada, se aproxima un pelotón de ciclistas con sus sonidos de cambios y pedales, que se perderán por los caminos del campo para terminar a mediodía en los veladores del bar, animando con sus coloridos maillots el domingo.
Leo un papel escrito a mano en una farola donde se ofrece una persona para cuidar a mayores o niños. Dentro de poco veremos en la parte superior de la misma farola, grandes carteles con la cara de algún candidato, prometiendo trabajo para los de abajo.