Me gusta beber porque es cuando sueño que las cosas que nunca se van a cumplir se pueden cumplir. Me veía escribiendo en cualquier ciudad del mundo sin estar atado a absurdos horarios de oficina que me robaban la parte mas importante de mi vida, el tiempo, el alma.
Todo lo que había conseguido hasta ahora era algún premio menor de narraciones cortas de pueblos pequeños, donde me costó más el transporte en autobús que lo que me dieron en metálico, la vanidad no tiene precio. Me tomé otro vino, y luego otro. Me puso aperitivo pero tenía más sed que hambre. Se lo dije al camarero, lo conocía de otras veces. No tenía confianza como para decirle algo más que: “llena otra vez”. Él, cuando me veía entrar, tampoco me hablaba. Hacía bailar la copa por encima de su cabeza como un tintineo sin sonido. Yo decía “si” con un gesto, nos comunicábamos sin palabras, en silencio. Agradecía su sequedad. Nunca me gustó charlar con camareros simpáticos y sabelotodos, no soportaba que nadie me largara su rollo. La gente no se cansa de hablar para contar siempre lo mismo. Noticias o reflexiones que han oído a otros y repiten como suyas una y otra vez hasta memorizarlas como un loro. Habitualmente se habla de fútbol, en campaña electora también meten algo de política, y en las tascas de hombres algunas veces se habla de mujeres. Oyendo a la gente averiguas si han escuchado la Ser la COPE han leído EL MUNDO, EL PAÍS. LA RAZÓN o EL HOY. Repiten lo que la noche anterior ha dicho o escrito el analista o el columnista en cada una de las cadenas o periódicos. Aprenden de memoria textos, gestos y variaciones de la voz; discursos que exponen como reflexión propia en cualquier escenario aunque se vienen arriba en la barra del bar.
Al contrario que siempre, aquel sábado noche que entré en el Marín tenía la necesidad de sentir a otro ser humano cerca. Necesitaba estar conectado con otro que fuera de mi especie aunque no fuese como yo. Daba igual, hasta el camarero podía servir, aunque prefería a un desconocido para que el camarero del Marín no creyese que a partir de aquel momento todo iba a ser simpatía y charla por mi parte. No quería intimar con él para no romper el silencio que existía entre los dos. Yo bebía, el me daba de beber y punto. Esa era nuestra relación una relación perfecta que yo quería que siguiera siendo igual.
Me daba lo mismo quien fuera, el único requisito es que fuese un desconocido. No me importaba el más vulgar de la ciudad o el más listo. Él me daba igual, era yo quien me importaba, esa noche quería largar el rollo a cualquiera. Quería estar cerca de otro ser humano prestando atención a lo que me dijese como si me importase, como si lo importante de la vida fuesen esas pequeñas cosas, cuando todo estaba en la literatura, en los libros y no en efímeros sentimientos humanos. Aquella noche quería interaccionar con alguien, le prestaría atención como si me importara algo su vida o sus pensamientos ya fueran de cosas propio o como siempre reflexiones prestadas así que me fui a otro bar. Un bar al que no había ido nunca.
CONTINUARÁ