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Diego Algaba Mansilla

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ARSENIO CAMPOS, EL ESCRITOR BORRACHO (3ª ENTREGA)

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Era un bar en el que no había entrado nunca.

Olía a tabaco a pesar de que una ley no permitía fumar desde hacía años. Me gustaba ese olorcillo de lo prohibido. El bar tenía una barra en forma de L y la esquina estaba ocupada. En la televisión ponían una película de boxeo con la voz apagada. Por los altavoces se oía a todo volumen música de salsa. Muchas botellas, casi todas vacías, estaban colocadas en repisas de madera. Se notaba que era un lugar donde se bebía, y eso me gustaba. No quería que me miraran raro, ni como un tipo sospechoso igual que pasaba en los bares pijos del centro cuando llenará la copa una y otra vez… Detrás de la barra había una camarera con un vestido negro de gran escote, era brasileña. Junto a mi, un hombre alto, con cara triangular, grandes orejas, ojos pequeñitos y mirada huidiza, tomaba un combinado de color naranja. Como sería el interior de un tipo grandón que bebía una bebida anaranjada, de qué podría hablar conmigo. Solo con la composición tan desigual entre alguien alto agarrando con la mano un vaso de tubo de color naranja echaba para atrás, decía muy poco de él. Poca y vacía conversación se le podría sacar, ni siquiera en la lucidez de la borrachera. Parecía fuerte y débil, seguro y timorato,alguien vulgar que se creería interesante como todos los vulgares. Yo, esa noche, quería hablar y no importaba con quién, incluso alguien así podría valer, aunque no pudiera llegar a algo más lejos que el próximo partido de fútbol, daba igual, para comerme el tarro ya tenía bastante con mi propia cabeza. El tipo bebía con la boca muy abierta, a grandes tragos, era serio, pero me miró con una sonrisa de dientes diminutos, como si se los hubiese limados, me señaló con el vaso el escote de la camarera, era mi oportunidad. “Está buena” dije, arrimando mi banqueta a la suya. Mientras daba un trago a mi whiski. “Has visto hoy el Madrid” la cara se le iluminó, había dado en la diana, ya podíamos ser amigos de una noche, de unas horas. El escote de la camarera y el Madrid nos había unido para siempre en aquella noche negra y solitaria. Allí nos quedamos durante horas bebiendo. No recuerdo bien de que habló. Sé que se había peleado con su pareja y por eso estaba allí, Decía que no acostumbraba a salir, que estaba enamorado de su mujer. En definitiva. un “pringao” que le dio llorona, así que le dije que fuéramos a otro bar. Una discoteca que no cerraban en toda la noche y donde había mujeres.

Creo que se llamaba Juan, aunque para mi siempre será el triangular, con aquella cara de insecto palo y cuello largo y delgado. Se le marcaban las mejillas, parecían las quijadas de un burro. Sería albañil o cualquier oficio en el que se utilizara la fuerza, las manos las tenía encallecida, como para acariciar a alguien, no me extraña que su mujer le hubiese dado puerta. Quizás fuese la naturaleza la que le dotó de esos brazos fibrosos, parecía un ciclista después de haber terminado un tour.

Lo que pasó luego es algo que nunca podría haber imaginado.

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