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Diego Algaba Mansilla

MIGAS CANAS

MAÑANAS DE DOMINGO

Los domingos, a primera hora de la mañana, la ciudad adquiere ese aire campero de ciudad fresca, limpia de humos, exenta de los ruidos laborales parece un parque perezoso que despliega sus alas verdes con lentitud. El domingo Badajoz se viste de gala, se quita el pesado abrigo metálicos de coches, la lenta cola de los puentes, el agudo claxon en las rotondas para vestirse con los colores ligeros y vivos de cientos de ciclistas antes de perderse por los paraísos de los alrededores. A los del club del caminante se les oye pasar como un murmullo, como una procesión. Apoyados en sus varas de andar salen desde el ancla para pisar el asfalto con firmes chirucas, pantalones de mil bolsillos y mochilas, que nunca sabe uno que va a encontrar en el campo; un almendro, un granado lleno de granadas, espárragos, setas. . . caminan hasta llegar a ese mundo agrario de surcos y arados, de árboles con nidos y que tanto gusta a quienes no viven de la tierra. Corredores dan vueltas a la Granadilla y al camino del pozo. En San Isidro comparten espacios los que participarán en la próxima maratón con los que asan pinchitos y sacan de neveras botellines de gazpachos y cervezas.
Mañanas de domingo; silencio tranquilo interrumpido por el sonido diabólico de los rezagados de la noches, cafres de coches tuneados con los colores de la ginebra y la cocaína aceleran sin rumbo, sin saber que buscan tan desesperadamente y que probablemente encontraran, de repente, en una fuente, un semáforo o una farola. Municipales sacan su rueda de medir frenadas junto a obstáculos que se interpusieron de madrugada en medio de un coche lleno de juventud y sueños rotos.
En las traseras del nuevo vivero, sudamericanos bailan la nostalgia de su tierra con la sabrosa música de su país ajenos a hombres y mujeres vestidos de verdes que se afanan por limpiar los restos de una noche de botellas vacías y asfaltos lleno de colillas y condones.
Kioscos de prensa se desperezan con la prosa crujiente y el olor a tinta recién hecha de periódicos con sus dominicales,
El olor a churros. Los que no pueden dormir. los pobres de espíritu. Los que toman anís en bares abiertos, los que intentan dejar parte de sus barrigas a golpes de sudor por la Av/ de Elvas y las orillas del Rivilla y Calamón forman el paisaje que hace que las mañanas de domingo sean diferente al resto de mañanas.

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