Salgo de casa sin rumbo. Estoy de vacaciones. No tengo prisa. El sol aprieta, no tanto como años anteriores, es de agradecer. Cada vez me sienta peor el calor, también el frío, es lo que tiene que los días hayan pasado tan rápido desde aquel nueve de abril ya tan alejado en el tiempo. Cada vez aguanto menos cosas.
Salgo de casa sin rumbo en un día anodino que no tiene suficiente entidad como para instalarse en la memoria. Por eso lo escribo, para recordarlo. Hoy es un día de esos que me gustan, sin sobresaltos, sin noticias. Sabemos que noticia es que un hombre muerda a un perro y no un perro a un hombre, excepto en Badajoz donde hay tanto perros sueltos sin bozal que los muerdos se han convertido en algo habitual, y de los excrementos mejor no hablar. Pregunten a los veterinarios de los centros sanitarios.
Ha terminado agosto con uno de los chiringuito del río cerrado y el otro con colas esperando una mesa libre. Es como si la Soledad cerrara en Semana Santa, o el Faro en Navidad, o los Hoteles en Carnaval.
Por la calle Menacho me cruzo con uno que tiene un cierto parecido con Plácido Domingo. Pienso en la contradicción entre vida y obra, entre la sensibilidad para el arte y la forma de entender la vida, y no escribo más porque ya he visto que lo han escrito otros en otras páginas.
Estando en estos pensamientos, veo por la Av/ Huelva a una joven esbelta y tostada por el sol dentro de un ajustado vestido blanco, cuando se cruza conmigo miro para otro lado en contra de mi voluntad para evitar ofender con mi mirada machista su exuberante belleza. Es como si en el Prado, ante las Meninas o la Anunciación, tuviera que girar la cabeza en sentido contrario. Siempre he admirado la belleza femenina como algo hermoso, incluso sin codicia.
Y sin otras cosas importantes que escribir dejo que el verano transcurra con su lento rodar en el sosiego del desoficiado. Un desayuno con periódico en San Francisco, Una cerveza en el Romi, un helado en los Valencianos, una noche de cine en la terraza del López, un paseo en bicicleta por la orilla del río, la niña de la mano, una cámara de foto al cuello, un libro de García Márquez en casa, un grupo de amigos en los veladores.