Aquel verano que empezamos a salir por primera vez muchachas y muchachos juntos. Aquellas tardes noches que nos sentamos en los veladores de San Francisco mirando a los adultos como si estuviéramos ocupando un espacio que no nos correspondía. Aquellos años de inseguridades en los que vivíamos con la incertidumbre de un futuro desconocido y con pensamientos tan ideales como imaginados. Aquellos tiempos en los que creíamos ciegamente en el amor romántico sin saber que 30 años después el amor romántico sería una cosa machista. Aquel tiempo en el que vivíamos en continua zozobra de deseos con una cabeza adolescentes que no paraba de pensar sin ser conscientes de que gozábamos del mayor de los privilegios: salud y fortaleza. Aquel final del verano, cuando nos despedimos, tú empezabas las clases en el instituto de niñas y yo en el de niños, fue cuando me regalaste, en un papel amarillo envuelto con un lazo azul, la cinta grabada de Aute. Que hoy, el día de su muerte, en un noche de encierro y lluvia, de incertidumbre y miedo, vuelvo a escuchar para volver a recordar las personas y cosas importantes de la vida.