En Madrid el fin de semana se habla un francés etílico. En Badajoz se habla alto para hacerse escuchar entre el murmullo de una multitud que ocupa todas las mesas de las terrazas. No puedo ser optimista ni engañarme, hacer como si no viera lo que veo en televisión, lo que oigo en la radio, lo que leo en prensa. Sin embargo, el domingo por la mañana olvido todo y salgo de casa como un lince cuando le abren la jaula. Voy a las afueras de la ciudad y comienzo andar. A la derecha campos verdes salpicados con flores amarillas y alguna amapola roja, a la izquierda, detrás de las alambradas, vacas que alzan la cabeza cuando paso y que luego siguen comiendo plácidamente. Atravieso senderos de aire puro, suaves pendientes, una cigüeña vuela con un palo en el pico, un sol soportable calienta desde un cielo azul con alguna nube blanca. Huele a hierba limpia, a flores fresca, tomillo, romero. Huertos sembrados con tomates, pimientos, calabazas. Las ovejas comen hierba con la cabeza gacha, un hombre coge espárragos con una navaja. De vuelta me encuentro con algún ciclista, menos mal que todavía no han llegado los patinetes al campo.
Cuando llego a casa siento como si me hubiera dado una ducha interior que me limpia la fatiga pandémica, luego viene la tarde, después empieza a oscurecer. La luz solar va a la deriva arrastrando otras cosas. Desciende la oscuridad de golpe como una losa que cae en el ánimo. Hago esfuerzos para no ser pesimista pero no puedo ser optimista, ni siquiera en una primavera rebosante de color y vida. Ya no me gusta la noche como antes. Los domingos son de tardes largas y noches inmensas. Algunas veces me despierta de madrugada la radio que olvide apagar antes de dormir. El locutor cuenta historias tristes, o detalles sobre el virus, entonces despierto atrapado entre hilos de una débil telaraña de un sueño sin fuerza, sin ánimo para escuchar, ni para que vuelve el nudo en la garganta. Si mal se esta en la cama despierto, imagina en un hospital, sin poder levantarte enganchado a un gotero o a un respirador, dice un conocido que pasó hace poco por allí.
El 50% de la población ya no duerme bien. El virus no solo ataca a quien lo pilla, también a muchos que no lo han cogido.