Cuando salí de casa hacia 40 grados. Había, más o menos, el mismo número de personas que otros agostos. El calor no es capaz de retener a la gente en casa. Los pacenses somos callejeros, por eso fue duro el confinamiento.
Salimos a la calle con nuestro pasaporte Covid en el bolsillo después de haber hecho cola en el Centro de Salud. Un pasaporte que vale para viajar por Europa pero que la mayoría de pacenses lo lleva cuando va a Castelar, al Faro, a casa del cuñado para enseñárselo, a los veladores de alguno de esos bares que participan en concurso de desayunos. ¡Qué bien se desayuna en Badajoz!: huevos fritos, queso fundido, jamón, aguacate, zumo de naranja, pan de pueblo. Me gustó el del bar de Villafranco, no sé si por el desayuno o por el nombre. “Los colonos”. Probablemente nietos de aquellos primeros campesinos que dejaron sus casas y vinieron a un lugar nuevo para trabajar la tierra.
Salimos a la calle y los poetas, que ahora son tantos, ven frentes perladas donde el resto las vemos sudorosas. El sudor tiene poesía en las alpacas de la era, entre el maíz, en latas de conservas colgadas de las rejas de casas de campos florecidas con rojos geranios.
Salgo a la calle. Veo a un bombero torero en paro; un negacionista que trabaja en un centro de mayores; a un camarero con mascarilla, a un cliente sin ella. A un charlatán que cada vez que habla sube la luz; veo a un enfermero sin vacaciones; a un señor grueso corriendo por la carretera de Portugal al borde del infarto; a un matrimonio mayor tomando un helado para dos en el interior de un local con aire acondicionado, no se puede gastar tanto en el aire de casa. El sol aprieta aunque haya gente que siempre vive en la sombra.
Salgo a la calle y veo a una mujer fumando, a un hombre con una bolsa de Cáritas, a otro sentado en la banqueta de un bar echando monedas a la máquina tragaperras, a una anciana pidiendo, a otro en patinete por la acera haciendo selfie, a un joven perfumado que todavía cree en el amor, a un soltero sin perro, a un futbolista sin tatuajes.
Estamos en agosto. Hace calor y en algunas calles de nuestros pueblos la gente saca la silla a la puerta para tomar el fresco y charlar sin prisas.