Vestía una sudadera blanca con una capucha negra que le tapaba la cabeza a pesar de que hacía un día caluroso. Sabemos que a cierta edad la esclavitud de la moda no entiende de frío ni de calor. Conducía por la acera un patinete eléctrico a una velocidad considerable si la comparamos con la del peatón, que es para quien está destinada la acera. Salí lentamente con el coche del garaje, de pronto se cruzó el patinete, pisé el freno a fondo para no salir hoy en la página de sucesos en lugar de la de opinión. Él siguió su camino hablando por el móvil y sorteando peatones.
Me ha vuelto a pasar, la otra vez también lo conté, no sé si aquí o en la radio.
Eran dos. Las vi por primera vez en la sección de lácteos comprando leche desnatada, luego coincidí con ellas en la fruta. Tenían un pelo negro, largo y sedoso que se balanceaba con cada movimiento de cabeza, sus rostros mostraban un aire fresco y sano como si estuvieran rodando un anuncio de perfume debajo de un acantilado. Una de ellas lucia una estilizada silueta dentro de un vestido vaporoso de colores claros. La otra usaba un pantalón vaquero que parecía hecho a medida. Se manejaban con gestos elegantes, dedos largos y cuidadas uñas. Volví a verlas en la cola de la caja. De pronto se rompió la magia. La del vestido se dirigió a la amiga diciendo “tía, aquí hace un calor que te cagas” la amiga respondió, “es chica”.
El hechizo se deshizo con cuatro palabras. Las princesas volvieron a ser ranas, casi sapos. La magia se esfumó en el interior de palabras vulgares transformando lo sublime en ordinario. Vi como se alejaban por la acera en silencio acaparando miradas sin palabras. El del patinete chocó contra la farola.
Yo también me siento vulgar al escribir cosas sin importancia mientras en el mundo el virus sigue avanzando, el precio de la luz subiendo, el volcán activo, el cambio climático, la frontera de Polonia… noticias actuales que provocan desasosiego mientras muchos vivimos en el mundo reducido de nuestra cotidianidad antes de que llegue el apagón y el desabastecimiento.
No quiero terminar sin mencionar a Juan Francisco Caro Pilar, el columnista que nos deleitaba los viernes se despidió dejándonos un vacío a los seguidores de su prosa poética. Quedan en la hemeroteca del HOY sus textos para volver a recrearnos en ellos.