No podía imaginar que tres días después de que mi coche dejará de funcionar estaría montado por primera vez en un autobús urbano camino del Faro, un lugar que no frecuento pero al que ese día no me quedaba más remedio que ir.
Esperé a la grúa aquel Viernes Santo soleado con mi cuñado. Todas las desgracias pasan cuando tienes al cuñado como testigo para que luego pueda revivir en navidad la hazaña a grandes carcajadas delante de toda la familia, haciendo chiste de esos momentos de apuros en los que no encuentras el número de teléfono del seguro, tampoco los triángulos y mucho menos el chaleco reflectante, mientras el coche se bamboleaba en una cuneta al paso de otros coches que van a todo trapo en una de las bajadas del Miravete.
Tres días después, acostumbrándome a mi nueva normalidad sin coche, subí al autobús número 9, desde ahora el 9, al que estoy seguro que volveré a nombrar si no aquí en próximos artículos. Lo cogí en la Avenida Fernando Calzadilla, frente a la librería Paule, me cobraron 1,20, que es lo que cobran a todos, no fue precio de primerizo como creo que me están haciendo con otras cosas que de momento callo.
El autobús es entretenido, conduce otro y puedes mirar por la ventanilla y ver la ciudad desde el interior. ¡Mira!, por ahí va el cronista de Badajoz fumando en pipa o pensando en el próximo artículo; ese de la zancada larga es Cavacasillas, parece que lleva prisa por llegar, no sé dónde, quizás al sillón de alcalde.
Cada poco hay una parada, la gente sube y baja, el vehículo se llena y vacía, se llena y vacía. En el autobús viajan estudiantes, el vehículo entra en el campus universitario, pasa por la facultad de económicas donde me examine de las oposiciones. Anda que si me pilla ahora me hubiera hecho funcionario. De la frase “un sueldito para toda la vida”, que bien estaba colocado el diminutivo sueldito. Cada vez que escribo algo que suena a reproche pienso en Ucrania y en como tengo valor de quejarme viendo cómo anda el mundo.
El autobús entra para dejar gente en el Hospital con citas en la mano y la cara de angustia que sale cada vez que asistimos a una consulta donde te pueden decir si o no, maligno o benigno. Sube una persona de mirada triste que va sola y que lleva una de esas bolsas que dan para guardar la ropa de los ingresados.
Estudiantes, enfermos, ociosos, Todos se concentran en el interior de un autobús urbano con destino al Faro. Es el número 9. Volveré a subir para contarlo.