El verano trae veladores llenos, heladerías con colas, sandías caras, melones dulces, tomates de Talavera, también tortilla de patatas envueltas en plástico, ya no se hacen tortillas caseras desde que se compran por dos euros en los supermercados. La tortilla estaba más rica cuando se elaboraba en casa y se comía en familia alrededor de una mesa camilla ayudados por el agua fresca del botijo y la alegría de una bota de vino tinto que escondía conversación y risas. Con el calor llega la canción del verano con poca letra y mucho movimiento de cadera; lectura rápida de novelas policiacas en libros electrónicos, alguna lectura en papel para iniciados; Los columnistas punteros se van de vacaciones y los que quedamos escribimos nuestro artículo de verano, como todos los veranos, con la voz debilitada por el calor intentando poner música de lira a palabras cansadas. Pienso en otros veranos. Veranos en blanco y negro, veranos de amigos en el río Guadiana, de partidos de fútbol en campos de tierra con agujeros, de amores platónicos.
Hoy, después de mucho tiempo, me ha acordado de aquella joven que ante mis insinuaciones siempre decía “quizás algún día “, aquellos años cuando el tiempo era lento y parecía que iba a ser eterno, cuando mañana solo era otro día en lugar de una incertidumbre. Qué habrá sido de aquella muchacha alta de cuerpo rotundo y movimientos frágiles, de sonrisa fácil y mirada amable, aquella muchacha vestida de rojo que paseaba su esbelta figura por la orilla del río deslizando su hermosura con destellos de deseo “Quizás algún día” me decía cuando éramos siempre jóvenes y el tiempo no existía. Hoy, muchos años después, cuando ya sé que aquel ·”Quizás algún día” nunca llegará, y que jamás nos sentaremos en la hierba para mirar el horizonte de un río, que ya no es el nuestro, un río ahogado por esas plantas verdes que cada verano aparecen más abundantes y el que ya no se ven mariposas blancas que se enamoran de un lirio, en la voz desgarrada de Lole, ni se pueda alquilar una barca para remar buscando el silencio del atardecer naranja rozando el agua de plata y la yema de unos dedos.
Llegó el final del artículo, no sé cómo terminar, “Quizás mañana”, “quizás algún día” mientras tanto aprovecho para seguir haciéndome viejo.