Se llama Juan aunque lo llamaré Gutierrez en este cuento que si no es verídico se aproxima a la realidad. Un martes de enero, a poco de cumplir los 63 se levantó más tarde que otros días, era la primera vez que se dormía en toda su vida laboral. Pensó que estaba envejeciendo, que ya no era el de antes, que cada vez le costaba más ponerse en funcionamiento para asumir el trabajo que había desarrollado en los últimos años. Tenía dos hijos próximos a los 30. Ellos se quedan en casa estudiando oposiciones. Los dos habían estudiado una carrera, algunas veces los llamaban para trabajar los fines de semana en un bar de copas.
Todas las mañanas padres mayores salen para enfrentarse a una jornada laboral atendiendo la cada vez más exigente burocracia, mientras hijos jóvenes se quedan en la cama.
Gutierrez lleva en el mismo ministerio 40 años. Empezó con un lápiz y una goma, ahora todo pasa por un programa informático al que han tenido que acoplarse con la misma dificultad y casi la misma formación que lo han hecho los pensionistas a los cajeros de los bancos. El público también ha cambiado, antes eran agradecidos, ahora llegan usuarios enfadados porque no le cogen el teléfono o porque es imposible seguir los pasos del programa informático. Algunos les insultan. Los funcionarios son la cara visible de la administración, los que están en las trincheras. Los usuarios no se dan cuenta que donde antes había tres trabajadores ahora hay uno.
63 años, casi cuarenta cotizados y en lugar de pensar en la jubilación está pensando en buscar trabajo por las tardes para afrontar la subida de la luz, de la gasolina… también porque no ha terminado de pagar la hipoteca del piso que compró cuando los hijos crecieron. Según dice el telediario cuando le toque la revisión le van a subir casi trescientos euros. trescientos euros que son un granito de arena para contribuir a que la banca junto con las eléctricas sigan siendo las empresas que más beneficio obtiene en el año mientras él no llega a final de mes. Trescientos euros para que se olvide de esa semana en agosto que iba a un hotel de la playa. Alguna vez soñó con ser otro, entonces bajaba a la administración de lotería y compraba un décimo que nunca tocó.
Trescientos euros de subida al mes en la hipoteca a dos años de su jubilación. Seguro que ya nadie quiere contratarlo unas horas por la tarde.
Han elegido como palabra del año inteligencia artificial, incertidumbre tampoco estaría mal