Hubo un tiempo en el que me desplacé con muletas, tenía un pie escayolado. Un tiempo breve pero intenso en el que me angustiaba estar encerrado en casa. Necesitaba salir, respirar aire fresco, ver gente, escuchar voces humanas en directo con fallos de dicción distintas a las radiofónicas entrenadas con logopedas. Quería hablar y escuchar lo que se dice cuando no se tiene nada importante que decir,esas cosas sencilla que facilitan que la mayoría de las personas vivan sin pensar en cómo funciona un mundo organizado por los que dirigen, y de los que la gente normal está cada vez más alejada, aunque intenten aproximarse cada cuatro años en zapatillas,vaqueros y streaming.
Tengo la suerte de tener un bar cerca. “El Punto” se convirtió en mi bar de cabecera. Durante mi convalecencia iba todas las mañanas. Me saludaban, me preguntaban por el pie, me llevaban el café, el periódico, un vaso de agua, me daban conversación o me dejaban con mis pensamiento si me veían ensimismado en las musarañas.
Aunque el bar se llame el Punto se le conoce por el nombre del dueño, Miguel o por el primer nombre que tuvo,”El Emigrante”. Los desayunos terminan, yo me quedo retrasando la vuelta a casa. Van saliendo aperitivos. Llegan los primeros clientes.Jubilados madrugadores. empieza el mediodía.
Diego Algaba Mansilla