Hemos vivido una feria de San Juan sin la división entre casco antiguo y ferial. La feria es pisar albero, casetas, orquesta, cacharritos, pinchitos, churros con chocolate, desplazarse andando, en taxi, autobús, encontrarte con tu generación, con los que coincidías en el Moustache, en 29, en Charlot, en salas de cine, en Castelar, en el Pichi, en el Zurbarán, en manifestaciones, en los campos de fútbol. La feria es ver a tu primera novia, esa que iba a ser para siempre, paseando con su marido y los hijos; ver a tu jefe bailando las canciones de Shakira,”perdón que te salpique”; escuchar a Camela en los coches chocantes; sentir Badajoz desde el vértigo de la noria.
Después de la feria, Badajoz vuelve a ser esa ciudad dura y hostil de 40 grados, con más asfalto que verde. Paso todos los días por un parque de reciente construcción en el Cerro del Viento sin árboles, ni césped. Tiene un suelo brillante parecido a un campo de placas solares que produce calor solo con mirarlo.
Llega el verano, tengo vacaciones. Dejo este rincón de los viernes, estas 200 palabras que vuelven en septiembre para seguir hablando de Badajoz, su gente y sus cotidianidades, si no me sustituye una inteligencia artificial.