Me encontré con él en el supermercado a esa hora de la tarde de un sábado en la que sales de casa pensando que no vas a encontrarte con nadie conocido. Los dos íbamos en chandal, con prisas, robando minutos al tiempo para comprar un producto de última hora: un condimento, queso fresco o leche desnatada para la dieta. Cuando la necesidad aprieta uno olvida la coquetería y la prisa se convierte en el enemigo que maneja nuestros actos llegando hasta la ordinariez de vestuario.
Recordamos que cuando eramos jóvenes pasábamos las tardes en el campo de fútbol de la federación, antes de que fuera el Jose Pache de Cachola, corriendo, saltando y sudando a las ordenes de Manolo el gordo: Nunca encontré a nadie que dedicase tantas horas y pasión a una afición de forma altruista sin recibir dinero ni sobres como aquel orondo y entrañable pintor de brocha gorda que vivía para enseñar todo lo que sabía de fútbol a adolescentes barbilampiños y soñadores.
Luis me dijo que tenía un bar y que fuera a probar sus migas. Hablaba de ellas con la misma seguridad con la que conducía el balón por la banda derecha y se presentaba en la portería contraria a una velocidad de negro jamaicano sin que nadie pudiera frenarlo. El lunes fui a su bar. Migas ya no quedaban, se habían acabado. Me dio igual porque estuve disfrutando con fotografías que tenía guardadas y plastificadas con el color apagado de la nostalgia. Aquellos muchachos vestidos de futbolista eramos nosotros. Dos alopécicos que miraban un pasado olvidado de musculosas piernas y barriga para dentro.
El bar esta frente al Perpetuo Socorro entre tiendas de ópticas y ortopedias. Sirve desayunos a trabajadores del Hospital y a los que van y vienen del médico.
Luis insiste en que tengo que volver otro día, más temprano, para probar sus migas, pero a mi se me van los ojos al pestorejo que sale humeante de la cocina para el aperitivo a esa hora intermedia de las doce que mezclan a cafeteros con cerveceros.
Llega un cliente habitual, ¿que te pongo? ¿ Café o cerveza?. Da igual, lo que más a mano tengas,le contesta. Luis le pone un tubo con un plato de pestorejo.
-Anda, dame a mi otro que las migas ya las probaremos otro día. Me tomo la cerveza y me voy paseando con lentitud por las traseras del bar, por ese barrio de casitas blanca de cuento de la colonia militar, pensando en el placer de lo sencillo y en todos aquellos que no nos interesa conocer bancos suizos ni siquiera los nuestros para ser feliz.