La Avenida Juan Sebastián Elcano empieza en un taller de neumáticos y termina en un bar, que como todos los bares, tiene pocos parroquianos, “Se buscan clientes, no es necesario experiencia”cuelgan algunos propietarios en las paredes de su local.
En el bar Sango, se reúnen 6 o 7 hombres mayores de 5O . Hombres acostumbrados a tomar un vino o echar la partida diaria, una cultura diferente a la actual en la que se sale un día a la semana para beber todo junto en pocas horas.
En la Avenida Juan Sebastián el Cano esta el bar Chinchorro, cerrado. La Abadía Misa de doce, cerrado. El emigrante, que lo abren y lo cierran, creo que ha tenido 7 dueños en el último año. El dos palomas, que antes fue un chino, parece que ha funcionado bien este verano, situado en el punto mas alto de la avenida, corre una suave brisa en noches de calor.
En Juan Sebastián Elcano esta la tienda de retales Ines Marí, en la que nunca he entrado a pesar de su atractivo nombre, la relojería donde compro la pila del reloj, la juguetería Alegre...
Por la acera, en la que años atrás pasaban estudiantes, ahora se escucha la voz dulzona de los sudamericanos mezclados con los vecinos de toda la vida, hombres y mujeres mayores que compraron el piso cuando no era necesario las plazas de garajes. Ahora es imposible aparcar. En la avenida hay varios negocios de compra/venta de oro, concentrando a personas de otros barrios, aunque a estas alturas de la legislatura mucha gente ya no tiene que vender. Mezclado, con gigantes de nueve plantas, se camufla un pequeño oasis,un paraíso de casitas blancas que pertenecen a militares. Siempre tuvieron buen gusto quienes diseñaron las formas de vivir de los poderosos. Por la Avenida, desde que hicieron la autopista, ya no circulan pesados trailer, ahora, quien altera el sueño de sus moradores, es el camión de la basura, que a las dos o tres de la madrugada enciende un ruidoso mecanismo de engranaje y poleas para vaciar los contenedores sin mano de obra humana.
Las farolas las han pintado de azul PP.
La que vendía fruta en la calle, cansada de que se la quitaran los municipales, alquilo el local de zapatero, que también cerro, y donde antes olía a calcetines y calzadores ahora se disfruta de la fragancia del melocotón, el tomate y la sandía, sin miedo.
Avenida Juan Sebastián el Cano, la calle donde siempre vuelvo, un barrio donde ya apenas conozco a nadie, solo a la muchacha que me vendía el periódico y sigue en el kiosco, esa muchacha que como decía Serrat “tuvo al barrio guardando cola, revoloteando como polillas en las farolas”.
Ya no conozco a gente o será que no veo bien. Algunas veces me quedo mirando y pienso que piensan que en estoy recreando en un escote, en un trasero, como un viejo verde, pero no saben que lo único que veo es un borrón, un bulto sin formas. Que seria de la vejez sin los ojos de