Me puse el pantalón corto,la camiseta de deporte, el casco y salí con la bicicleta al nuevo Paseo del Río que fue inaugurado por los pacenses sin esperar elecciones. Siempre voy a lo nuevo con la misma expectación ya sea el Camino del Río o el Faro. El Faro me recuerda ese otro centro comercial que esta en Madrid, la Vaguada. Un espacio de varias plantas que es como nuestro Faro pero en grande. Vamos, como son las cosas en Madrid desde que fue alcalde Gallardón.
La Vaguada de Madrid también tiene otra fuente donde me siento durante horas a mirar a los que pasan. Sin embargo, aquí conozco a mucha gente y no paro de levantarme para saludar, es como estar en la Antilla, pierdo el anonimato que gano en la capital donde puedo observar sin pudor: caras, gestos y hasta pensamientos. Al Faro he ido dos o tres veces buscando gangas que no he encontrado, estaría camuflada entre la magnitud de perchas y estantes abarrotadas de prendas manos y empujones buscando como un tesoro tallas colores y precios. Prefiero espacios al aire libre, respirar profundamente y mirar a un horizonte lejano. El paseo de la margen derecha es un lugar que trasmite la sensación de que no estar en Badajoz, parece que caminas por una ciudad nueva entre personas que andan, corren o pedalean; padres empujan columpios; jóvenes juegan al fútbol en pistas donde se puede chutar porque hay porterías con red que recogen el balón, no como hace años donde los postes eran dos piedras y si era gol o no, lo decidía el más duro de la pandilla que era el que mandaba junto con el dueño del balón. Los baloncestistas ya no hacen puntería en papeleras a la altura del suelo porque hay canastas de verdad. Los jóvenes de ahora tienen más medios y posibilidades de ocio por eso es difícil entender que se encierren en un mundo virtual de móvil, ordenador y sillón cuando la juventud rebosa energía. Me alegra haber pertenecido a la generación que ha salido a la calle a jugar, hemos tenido amigos de carne y hueso y tirado los tejos a las chichas cara a cara.
Siento alegría al ver a tantas personas por los paseos del río. Me hace sentir una sensación de regreso a mi juventud en el embarcadero. Un viaje a ese tiempo lejano que parece próximo. Cada vez que voy por la orilla del río, la brisa del recuerdo me roza la piel produciendo un placentero y extraño escalofrío