Tenía ganas de escribir sobre la Marina ya que ha sido uno de los lugares más emblemáticos de Badajoz, aunque su apogeo me cogió en plena adolescencia y para mi era un templo prohibido donde iban personas importante a las que no tenía acceso. Un día entré con otros de mi edad, se nos quedó grabada la imagen del camarero uniformado sirviendo con gestos elegantes que provocó en nosotros el silencio. Estábamos asistiendo, sin ser consciente de ello, a un momento iniciático de nuestras futura vida social. La Marina era una escuela de camareros donde estaban los mejores dirigidos por Francisco Hinchado. Aquello era como una gran familia: Sebas,Reyes, Andrés, Manolo, Ani la cocinera, Canini el limpiabotas y muchos más que pasaron por el magisterio de Don Francisco.
Yo pasaba a diario por la cafetería. Veía sentado a mi profesor de literatura, Enrique Segura con Ricardo Puente,minutos después de que el
anfiteatro del Instituto Zurbarán fuese invadido por la magia con la lectura y escenificación, por parte del profesor, con capítulos del Lazarillo o la Celestina. Ya por aquellos entonces, donde yo era futbolista del Flecha Negra, me atraía más ese otro mundo complejo y mágico de las letras que el de los Ronaldo y Mesi de la época.
En la Marina también se podía ver a un joven con aires bohemio que escribía en cuadernos de hojas blancas,vestía pantalones bombachos y fumaba en pipa, una imagen que llamaba mi atención y que era solo fachada como comprobé cuando cayó en mis manos una antología de jóvenes escritores pacenses en la que firmaba dos poemas ininteligibles.
No sé a quien escuche que Don Hipolito, director del psiquiátrico de Mérida, una noche de agosto en la que estaba sentado en los veladores de la Marina con todas las mesas llenas, ya que Badajoz veraneaba en el rio Guadiana y todavía no había descubierto la Antilla, vio como un paciente escaló hasta lo más alto de la estatua de Moreno Nieto, la que esta frente al López de Ayala, y con grandes voces y desproporcionados gestos agradecía, al prestigioso psiquiatra, su curación.
Así transcurría la vida de aquella cafetería pacense entre anécdotas y cotidianidades dirigida por Francisco Hinchado uno de los mejores profesionales que ha dado la hostelería badajocense y donde se hacían tratos de ganado, reuniones políticas y se escribían los páginas
más importantes de la historia de la ciudad.