Escribo esta Plaza Alta el día en el que realmente empieza el 2016 con la intención de no hacerlo sobre gimnasios, dietas de adelgazamiento ni clases de inglés.
El 7 de enero es cuando las campanadas golpean con la fuerza de la realidad. El 7 de enero ya no hay uvas, serpentina ni brillos. Volvemos a un mundo sin disfraz. Cristina Pedroche se quita el traje transparente para ser María, Carmen o Pilar. Después de tres semanas de fantasía regresamos a la cup, a los que quieren gobernar a cualquier precio. Pedro Sánchez no tiene sufiente con ser guapo, también quiere ser Presidente, y es que tiene que ser guay para un Sánchez presidir el país.
Las campanada de realidad golpean de nuevo y me encuentro otra vez en una sala del tanatorio de Puente Real. En pocas horas he cambido los pinos con luces por oscuros cipreses. Mi tía Marina aprovecha el final de la Navidad para su final. Murió la mujer que vivió como quiso disfrutando las ventajas de estar sola sin sentir el aguijón de la soledad. Empiezo el año en un tanatorio aunque el día de Reyes sea un mal día para morir. Si ella hubiera sabido que la cafetería estaba cerrada hubiese muerto al día siguiente. Un tanatorio es una empresa a la que nunca les falta clientes y la cafetería es tan importante como la venta de flores o la gestión de las esquelas. A los familiares y amigos vivos no le basta recordar al fallecido sentados en la sala donde las agujas del reloj retroceden para recorrer toda una vida, también es necesario pasar el mal trago con algún trago.Todos los servicios son necesarios aunque sean insuficientes para digerir la perplejidad de la muerte.