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Diego Algaba Mansilla

MIGAS CANAS

BADAJOZ

Te miro desde arriba. Desde la muralla de tu castillo y me gustas, y no me gustas, y a veces te quiero y otras no. Subido en estas piedras te observo y tú me ignoras. Soy para ti una pieza perdida de un puzzle que se desencaja cada mañana. A veces no quiero verte, otras no soy capaz de dejar de mirarte. Son esos días en los que te pones guapa y pareces una mujer recién salida de la ducha oliendo a espuma. Entonces es cuando salgo y recorro tus calles. Las miro como si fuera la primera vez que las veo, tan distintas como ayer, tan iguales como siempre y te recorro eufórico, y me lleno de holas y adioses y apretones de manos y miradas curiosas. Cada día soy distinto , igual que tú, que tu sol, que la luz que ilumina tus rincones, portales y balcones llenos de geranios.

Aprendí a quererte en la distancia, cuando estaba por otros mundo, y en otras cosas.

Hoy te veo bonita, otras veces siento la desolación de tus mediodías de agosto. Hoy te siento como esos momentos buenos de atardeceres naranjas vistos desde el puente viejo, o desde aquí, o esos días que te escondes en el misterio de tus nieblas invernales.

Detrás de mi, una pareja de jóvenes se besan con pasión al volver del laberinto de la noche, una noche deformada por el humo de las luces centelleantes y el ruido que dejan las palabras en el aire perdidas en la desmemoria de vasos vacíos.

Estoy delante del Convento San José, a lo lejos se levanta majestuosa la Catedral, a la derecha el río pasa por debajo del puente viejo.

Me quedo mirando a un pájaro que vuela buscando el calor del sur entre los tejados más altos.

Escucho silbar al viento ahora que cesó el ruido de la noche, ese ruido que para algunos es un susurro de sirenas. Todos hemos sido jóvenes, hasta yo que nací siendo viejo.

Se apagaron los cantes flamencos que salen de las entrañas empujados por la fuerza del vino.

Me quedo con el silencio de la mañana, con este olor a limpio de domingo, y miro, protegido por las capas del tiempo, el amanecer que da brillo a tus edificios.

Respiro hondo y me siento como si el sol saliera desde dentro de mi e iluminara mi interior a la vez que da luz a las paredes del convento.

Y te miro desde arriba y me envuelves en tus sabanas silenciosas de domingo para quererte otra vez y volar por encima de tus tejados rojos.

Hoy te quiero, aunque no sé hasta cuando.

 

 

 

 

 


diciembre 2016
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