ESTABA en una cafetería próxima al centro de salud de Valdepasillas, en Badajoz, leyendo el HOY, cuando un señor me pidió el periódico para comprobar si le habían publicado una carta que había enviado el día anterior. No estaba. Le pregunté su nombre y de qué trataba la carta, para leerla, y unos días después la vi publicada.
Cartas al director hay en casi todos los periódicos, que ponen este espacio a disposición del lector, para que exprese sus opiniones, quejas y pensamientos. Las cartas, consideradas como un género literario desde la Edad Media, han evolucionado desde sus inicios. Hoy apenas hay; ya no escribimos a mano, ni mandamos correspondencia en un sobre con un sello debido a la inmediatez del correo electrónico. Con su desaparición se ha perdiendo la frescura de la palabra escrita, en la que el destinatario podía intentar descubrir los secretos que, a veces, esconden los vocablos en el trazo realizado a mano. En nuestros días, las cartas que llegan a los buzones son modelos en serie, con un contenido establecido en la mayoría de las ocasiones, escritas por los bancos y en las que lo único que varía de una a otra son las cantidades.
El género epistolar nace en el siglo XV por el afán de expresar la individualidad con el nacimiento del humanismo proveniente de Italia. Hasta entonces el arte de escribir cartas, llamado artes dictaminis, consistía en el uso de moldes rígidos que no dejaban paso a la creatividad personal; se empleaban en tareas administrativas destinadas a asuntos públicos. El concepto epistolar cambia cuando Petrarca descubre las cartas de Cicerón; en ellas se da lo público y lo privado, el autor puede expresar sentimientos. También Séneca había elegido la carta para centrase en temas morales. Estos autores, junto con Plinio, cambian el concepto epistolar de la artes dictaminis convirtiendo la carta en instrumento de comunicación del humanismo. Enrique de Villena fue el introductor de la epístola en los círculos cultos de la nobleza castellana, aunque sus cartas se dejaban llevar un poco por los preceptos de las artes dictaminis. La generación posterior, el Marqués de Santillana, Pérez de Guzmán, Alfonso de Cartajena, procuran evitar esta estructura formal. Pero fue Fernando del Pulgar el que demostró que la epístola no es un ejercicio retórico sin los requisitos formales de la escolástica francesa. No se conservan epístolas humanísticas en Castilla, donde su desarrollo se debió de producir por la presencia de nuevos lectores laicos que demandaban este género. A principios del siglo XV, la epístola se difundía en reducidos círculos cortesanos; a finales de siglo llegaba a más clases sociales y lectores.
El libro de Diego de San Pedro ‘Cárcel de amor’ cuenta la historia entre Leriano y Laureola a través de las cartas que estos se envían, pudiendo el lector adentrase en los sentimientos más profundo de los protagonistas ante la desnudez de sus sentimientos reflejados en las cartas. Desnudez que hoy, en muchas ocasiones, llega a los periódicos con lectores que, a través de sus cartas al director, expresan su rabia, indignación o agradecimiento. El lector puede expresar las cosas que ve, asomándose a ese particular postigo que tienen las puertas de los pueblos y donde cada uno puede tener una visión distinta de un mismo hecho.
¿Por que escribes cartas al director?, me preguntan. Dice Sartre que escribir es descubrir un aspecto del mundo para cambiarlo, que se escribe por la necesidad de sentirnos esenciales y que no se escribe para uno mismo, sino para el lector; se escribe para otros, para llegar a la conciencia de los demás. Quizás también puede que se escriba respondiendo a la catarsis de la que habla Aristóteles, como «una purgación de ciertas afecciones». Escribir cartas al director no es tan pretencioso, quizás sea el espacio más idóneo para gritar contra hechos injusto o para agradecer a alguien la atención que le ha prestado. No sé. Yo, como el señor que me pidió el periódico para buscar su carta, escribo cartas al director cuando creo que tengo algo que decir, aunque a veces también lo haga solamente por el placer de escribir. Y es que desde siempre me han gustado las cosas que solo sirven para gustar.