Salí a correr después de dos meses encerrado. El reloj marcaba las 6,30 de la mañana del primer sábado de mayo. Una hora más propia de jóvenes borrachos y solos recogiéndose que de salidas en pantalón corto. La última vez que corrí fueron diez kilómetros en Valdelacalzada. Después de la prueba nos sentamos en un velador de la plaza. Por la megafonía dijeron mi nombre. Me dieron una medalla. Quedé el tercero de mi categoría. Después de toda una vida participando en carreras populares era la primera vez que me daban un premio. Hoy sé que lo más importante de aquel día no fue la medalla. Fue aquel velador en la plaza con una cerveza de barril encima de la mesa rodeado de amigos familiares y charla, ya que a la semana de aquello nuestra vida cambio. Anunciaron el primer positivo, dos días después los niños dejaron de ir a la escuela y nos encerramos en casa. El bicho que hacía poco estaba en China había llegado a Badajoz.
Durante este tiempo he intentado mantener la forma corriendo por el pasillo. El vecino de abajo vive solo con un perro, así que cada vez que lo veía desde el balcón en la calle intentaba trotar en casa. Iba desde la terraza hasta la última habitación. Nunca me había fijado en las curvas del pasillo. Tuve que dejarlo antes de estropearme la rodilla con tanto giro.
En mi último artículo dije que no quería escribir más del coronavirus y aunque lo intenté no se me van de la cabeza los muertos, los abuelos, también los jóvenes que se ha llevado por delante un virus de laboratorio o de animal. Tampoco puedo dejar de pensar en los profesionales al pie del cañón, ni en los que han perdido el trabajo. Algunos políticos llaman a esto guerra. Ya veremos si más de uno no termina sonado como aquellos soldados americanos cuando volvieron de Vietnan.
Dicen que bajan los contagios y los muertos, mientras por la autovía no dejan de sonar sirenas de ambulancias.
En la calle volvemos arremolinarnos con ropa deportiva. Veremos cuando abran los bares y llevemos dos vinos en lo alto y alcancemos la tercera la fase, la de la exaltación de la amistad, y nos dé por abrazarnos, si no tendremos que volver a correr por los pasillos.