Cuando todavía no entraba en los bares y lo único que había probado fuera de casa sin la presencia paterna era la casera del Nene y los espumoso del quiosco de Ronda del Pilar, atravesar el umbral del Pichi con los amigos era como dar el paso definitivo al mundo adulto. Traspasar la puerta del bar era como aprobar esa asignatura última de fin de carrera. No me gustaban las discotecas oscura con bolas giratorias. Entrar en el Pichi era como dejar la oscuridad de la sala de baile para penetrar en el interior de esa otra luz de sabiduría popular donde se podía hablar y discutir viendo los gestos y las caras de tus contertulios si estar distorsionado por frenéticos rayos de colores ni el ensordecedor martilleo de la música. Se empezaba hablando de política para terminar hablando de la vida, y sobre todo de ellas y del futuro. Siempre me ha preocupado el futuro, lo que esta por venir que se sueña como un maná desconocido cuando lo que más satisfacciones produce es recrease en lo vivido, en un tiempo pasado que es añorado con nostalgia y que se recuerda después de filtrarlo por una memoria selectiva diseñada para desechar desperdicios. Recordar es como vivir dos veces pero mejor. Un día cruce la puerta del Pichi y la cerveza dejó de ser amarga para convertirse en esa compañera sabia de reflexiones y charlas. Y así, Jugando a ser mayores, nos hicimos mayores.En el Pichi había dos ambientes uno el de los que aún no habíamos terminado los estudios y teníamos pendiente la mili y otro los que tenían unos años más y habían acabado la carrera, a este grupo pertenecía mi hermano Manolo al que en la calle conocían como Santiago. Ellos pedían pepinillos con anchos y unos exquisitos berberecho que se bebían hasta el caldo, mientras nosotros juntábamos toda la calderilla que teníamos en los bolsillos para pedir una jarra de cerveza. La pandilla de mi hermano eran casi todos maestros y profesores. Cada vez que me encontraba con él en el Pichi pagaba nuestra cuenta, costumbre que todavía sigue practicado como una atribución de hermano mayor. Él hablaba con mis barbilampiños amigos, yo con los suyos, a los trataba de usted porque algunos eran mis profesores