Con la carraspera del primer café pegado en la garganta. Cuando la noche cansada se rinde a la luz de la mañana y los aficionados a la fotografía sacan sus cámaras de los estuches con el mismo mimo que un músico saca su guitarra. La luz del sol se hace hueco a empujones entre nubes negras de lluvia. Un destello brota de un horizonte móvil cambiando el color de la línea que separa cielo y tierra. La claridad se posa en el hierro de la barandilla del balcón descubriendo las imperfecciones del tiempo. Miro con los ojos cerrados la cegadora luz que nace con destellos de rabia. Hace frío, miro para el otro lado, el lado de las sombras, mi lado. Un viento gélido envuelve mi cuerpo enfriando mis dedos que sueñan sobre el viejo teclado donde una vez fui feliz. Aquel tiempo en el que podía escribir vida con b larga, antes de acoplar el relato de mi existencia a todas las reglas, a todas las normas. Un teclado del que se borró para siempre los signos de admiración y solo quedan las interrogaciones.
Llega la tarde. La luz se esconde de nuevo dando paso a la noche. Hace frío. Oscurece, sigo acariciando el manoseado teclado a pesar de las ausencias de algunas teclas. Él ya no es el mismo, yo tampoco.