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Diego Algaba Mansilla

MIGAS CANAS

ELVAS-BADAJOZ

El domingo 11 estuve como espectador en la media maratón Elvas Badajoz. 1.000 corredores tomaron la salida.

Cuando yo corría, en las primera ediciones, éramos unos 300. He visto a muchos de mi generación que todavía están en forma, han perdido posiciones en la meta, tardan más tiempo en llegar pero esto no es importante para los que corren solo por el placer de correr.Vi la carrera en la Avenida de Villanueva, próximo a la meta, reconocí, en un grupo de cabeza, a Manuel Perozo, de Llerena, siempre queda de los primeros, hace años que no lo veo vestido con ropa de calle. Perozo, siendo de un pueblo llano, ha sido campeón de España en carreras de altas montañas. También vi, entre los corredores populares: a Carmona Méndez, el que fue árbitro de fútbol en primera división, al presidente del club de atletismo“aacb” y que tiene una página en internet con la información de todas las carreras junto con amplios reportaje fotográfico de los participantes en distintos puntos de la competición; a un corredor manco, a mi cuñado Jorge, he visto a profesores, a militares,a la que me arregla los papeles en Muface. ¡Mira el pediatra de los niños! grito una madre a mi lado. He visto a gente que conozco de Badajoz que no imaginaba que corrían, a otros con camisetas de club de pueblos, a portugueses a una corredora de Tenerife.

La llegada ha sido emocionante, dos atletas han disputado la victoria al sprint,eso esta bien, pero a mi me interesan más los últimos, los héroes anónimos que le dan a la prueba ese toque épico. Me interesan aquellos que llegan a la meta casi a rastras después de 21 kilómetros, un esfuerzo que comienza muchos días y meses antes, cuando se levantan del sillón, haga frío o calor, se ponen los pantalones cortos,y las zapatillas y empiezan a correr por la ciudad o los caminos sin dejar que la pereza gane a la voluntad.

El corredor popular sale a entrenar quitando tiempo a la familia, a los amigos, cuidando la alimentación,limitando su ocio, a cambio de todos estos sacrificio no obtendrán dinero, ni prestigio social, solo la satisfación de haber llegado a la meta, quizás un minuto antes que el año anterior, y tener, al día siguiente, unas placenteras agujetas que le dificultarán para alzar el brazo cuando explique a sus alumnos, en la pizarra, la rima del soneto, o pisar el embrague del taxi, o aguantar de pie en la cola del paro, o subir las escaleras del hospital para pasar consulta.

La maratón es un acto de generosidad, un sacrifio al que el banco, todavía, no ha puesto precio.

 

 


noviembre 2012
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