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Diego Algaba Mansilla

MIGAS CANAS

PERROS SUELTOS

Caminaba solo por la acera de la Avenida Juan Sebastián Elcano, con los andares pausados de los pastores alemanes. Llevaba la cabeza baja. Su baba caía al suelo deslizándose por sus enormes colmillos. Bajé de la acera cuando me crucé con él. Unos metros más atrás, con la correa en la mano, su dueño me sonrió. “No hace nada”. me dijo. En realidad quería decir, eres un cobarde que te asustas de un perro. No hace nada dijo con la rotundidad de la ignorancia, como si pudiera controlar la improvisada reacción del instinto animal. No hace nada excepto ir asustando a hombres, mujeres, ancianos y niños. Su dueño, con la correa en la mano, repetía con chulería “no hace nada” ante la cara de pavor de los peatones.

“No hace nada”, “solo quiere jugar”. “¿Quieres que lo ate?”, me preguntó, riéndose, una señora cuando vio la cara de terror de mi hija de tres años,que salió corriendo a refugiarse entre mis brazos cuando jugaba en del parque de la calle Alconchel, “¿Quieres que lo ate?” No soy yo quien tiene que responder. ¿Acaso no tiene la obligación a esas horas de llevarlo atado?

Voy en bicicleta por el nuevo paseo del río cuando un perro suelto se cruza en mi camino. Doy un frenazo, estoy a punto de caer. Unos pasos por delante, el dueño, con la correa en la mano,camina y habla de fútbol con otros, ni siquiera se da cuenta del percance. El perro, suelto, corre por la tierra, por el césped… va sin control deambulando entre las personas que a esa hora frecuentan el paseo. Su dueño mira hacia atrás. Lo ve y sigue su apasionada conversación y su marcha.

Me gustan los perros. Tuve perro cuando viví en el campo, pero creo que lo peor de los perros es que no pueden elegir a sus dueños.

 

 


diciembre 2015
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