Isabel I de Castilla vivió a caballo entre la Edad Media y la Edad Moderna; justo el momento en que la visión teocrática del universo dejó paso al humanismo y los descubrimientos transoceánicos ensancharon los límites del mundo conocido. Esta hermosa composición de Enríquez de Valderrábano recogida en su libro de música para vihuela titulado Silva de Sirenas(1547) parece un regalo para su nieto Carlos que a la sazón gobernaba el mundo. La obra ensalza la figura de su abuela extendiendo su linaje hasta las primerísimas reinas ibéricas, rozando incluso la leyenda con la famosa reina Lupa, azote del apóstol Santiago.
La vihuela de mano era un instrumento predilecto por la nobleza y la realeza española ya en el siglo XV. La reina Isabel se rodeó de guitarristas y vihuelistas en su corte. En la época de Carlos V es muy evidente el uso de la vihuela por los miembros de la capilla castellana y es utilizada como instrumento privilegiado. “Mille Regretz” es la canción predilecta del emperador Carlos V, de ahí que se la conozca como “Canción del Emperador”. En esta época el autor más importante es Luis de Narvaez y su libro ” Seis libros del Delfín de música de cifra para tañer vihuela”.
Para la gente culta era obligado saber tocar el instrumento, muy del gusto de la aristocracia de aquella época. Era una de las bases en la educación. La influencia de los ministriles se limitaba a las fronteras del reino. El arte de tocar la vihuela era parte importantísima en la vida cortesana y su uso se desarrollaba de forma creciente, la guitarra era el instrumento predilecto del pueblo llano. Esta diferencia de estatus era la primera entre ambos instrumentos, pero también había ciertas diferencias de forma, tamaños, estilísticas y de repertorio. La vihuela era de mayor tamaño, con cinco, seis o siete órdenes de cuerdas dobles, diez trastes y una tesitura bastante amplia. Su uso en el nuevo estilo polifónico era como contrapunto de acompañamiento al canto y también fue desarrollándose con gran éxito como instrumento solista. Se utiliza la tablatura, madrigales y fantasías forman parte de su repertorio más amplio.
Para algunos historiadores, Isabel de Trastámara es el tótem absoluto de las virtudes patrias; para otros, una mera usurpadora que se sentó en un trono que no le pertenecía. Santa para unos; fanática para otros. Hay quien la califica, para bien o para mal, de artífice de la «castellanización» de España, pero también de marioneta en manos de su esposo Fernando de Aragón, el príncipe renacentista que inspiró a Maquiavelo. Pese a ser la introductora absoluta de los saberes renacentistas en la península, se ha asegurado que su mentalidad permanecía prisionera del oscurantismo medieval.
Pero, aun así, nadie puede negar su interés por las artes y las letras o su condición de mecenas por encima de su talante tardomedieval. Lo cierto es que la reina Católica es un personaje absolutamente poliédrico. Autoritaria y firme en sus convicciones, fue madre afectuosa y tierna; abierta a la incipiente cultura renacentista, su extremada religiosidad rozaba el fanatismo hasta el punto de bendecir la creación del Santo Oficio o de perseguir sin tregua a judíos y musulmanes. Fue una esposa amante que conoció —como luego su hija Juana— el tormento de los celos, pero que no dudó a la hora de reservarse el gobierno del reino que le era propio. Sensible pero implacable; culta y doméstica a un tiempo, nada en su vida fue como parecía que iba a ser.
Esta canción nacida en la corte de su nieto Carlos I pretende presentarla como un modelo de mujer y de reina en el que culminan las virtudes que las reinas peninsulares fueron atesorando a lo largo de los siglos. Carlos recibió una educación musical acorde con su condición de soberano: exquisita y completa; estas cualidades hicieron que su capilla musical ejemplificara la grandeza del soberano, y que ciertos músicos asalariados suyos de gran prestigio como Cabezón fueran el baluarte de su poder cultural.
Con su matrimonio con Isabel de Portugal se llegó a constituir una nueva capilla musical formada por cantores y ministriles portugueses y españoles, que fue asimilada con la ya existente en la corte real de Madrid y que había pertenecido a la madre de Carlos I, la reina Juana la Loca.
Gracias a estas capillas musicales, la corte de los infantes españoles fue, en el s. XVI, la más afamada. Carlos I, a la muerte de su esposa Isabel, hizo crear, en el castillo de Arévalo, un magisterio de música dirigido por especiales artistas: Antonio de Cabezón en el órgano, Francisco Soto en el clavicordio, Mateo Flecha en la polifonía vocal; y en la danza Lope Fernández, Fernán Díaz y Bárbaro Fernández. De ahí que al príncipe Felipe II se le haya considerado como el monarca español que más interés haya mostrado por la música, y que las infantas María y Juana se convirtieran en defensoras del arte musical en sus cortes respectivas de Austria y Portugal.