Con esta pieza para guitarra, Antonio Javier Calero nos traslada a esa patria universal que todos compartimos y que nos marca para siempre…la infancia. Su autor, Agustín Pío Barrios, conocido también con su sobrenombre de Mangoré, es el guitarrista y compositor paraguayo de música clásica más reconocido. Comenzó a tocar la guitarra desde niño, con participaciones esporádicas desde los ocho años en la Orquesta Barrios, integrada por miembros de su propia familia. Estaba dotado de gran facilidad para la música, alternaba el violín con la flauta y el arpa, aunque más adelante eligió la guitarra como su instrumento principal.
Enfatizaba el poeta Rainer Maria Rilke que la verdadera patria del hombre es la infancia. A ella regresamos en los momentos en los que todo se tambalea; quizás para refugiarnos de un presente que en ocasiones nos supera, para escondernos en ella como lo hacíamos con un par de sábanas cuando, de críos, montábamos cabañas en el salón.
Aquella patria primera, cuyo rescoldo nos acompaña siempre, tenía una textura vital diferente. El tiempo era tan imperceptiblemente lento que parecía no existir; las horas no herían todavía; el pasado aún no existía, tampoco había una representación consciente del futuro; era, pues, como un espejismo que no limitaba con horizonte alguno, era el tiempo detenido, como si aquellos días fueran un ensayo de lo eterno. Es con la edad, al hacernos adultos, cuando adquirimos conciencia del tiempo y descubrimos entonces la nostalgia.
En palabras de Antonio Machado;
Pegasos, lindos pegasos,
caballitos de madera…
Yo conocí siendo niño,
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.
En el aire polvoriento
chispeaban las candelas,
y la noche azul ardía
toda sembrada de estrellas.
¡Alegrías infantiles
que cuestan una moneda
de cobre, lindos pegasos,
caballitos de madera!