El zorongo era baile muy usado en la época de la tonadilla del Siglo XVIII de la que formó parte, derivado quizás de la zarabanda y el zarandillo, y su nombre se debe a que en una de sus letras más populares aparece a modo de estribillo la palabra zorongo; “zorongo, zorongo, zorongo, que mi madre me lo compra me lo pongo, y que me compraba una camisita que llena de encajes que por las manguitas, que toma zorongo”. Al parecer fué uno de los bailes originales de las agrupaciones zámbricas del Sacromonte de Granada. Lorca lo rescató en sus ‘Canciones populares españolas’, trabajo que hemos abordado en entradas anteriores.
Toda la obra literaria de Federico está impregnada por la cultura popular del mundo rural en que se crió y, muy particularmente, por la música tradicional. En la primera etapa de su creación literaria hay una clara asimilación de elementos musicales y poéticos tradicionales, sobre todo a través de las canciones y juegos infantiles. Esa época de la niñez, vivida en un medio rural y en un ambiente familiar en que la música, tanto la popular como la culta, tiene una presencia notable en su obra. En su familia paterna, los García, había habido varios músicos aficionados. Su madre era gran amante de la música clásica e inculcó esta inclinación a todos sus hijos. “Mi infancia es aprender letras y canciones con mi madre, ser un niño rico en el pueblo, un mandón”, recordaría años después el propio Federico.
Viene después una segunda etapa, ya de adolescencia, en que las influencias de la música popular dan paso a las de la música culta. La familia se ha trasladado a Granada y todos los hermanos estudian música y piano sistemáticamente, con buenos profesores . De ellos, Antonio Segura ejercerá gran influencia sobre Federico y , vistas las aptitudes musicales del joven, recomienda a sus padres que sea enviado a París para ampliar estudios. La muerte del músico en 1917, terminó por enfriar el asunto; de lo contrario, Federico podría haber iniciado una carrera musical que a saber si no le hubiera apartado definitivamente de la literatura.
Llegamos así a la última y decisiva etapa, marcada por la relación con Manuel de Falla. Establecido en Granada desde el año 1920, don Manuel no tardará en convertirse en ídolo y maestro del joven García Lorca: “Falla es un santo…Un místico…Yo no venero a nadie como a Falla…”. Cuando Don Manuel fue a Granada a vivir, Lorca —que había estudiado varias obras suyas— se acercó a su casa a presentarse y decirle que estaba muy interesado en conocerlo. Falla era muy estricto con sus alumnos y no cogía a cualquiera, pero este chico le cayó en gracia, quizá porque lo vio como el hijo que nunca tuvo.
Estuvo muy pendiente de él y cuando se fue a estudiar a la Residencia, se preocupó de que no se juntara con algunas compañías que consideraba perjudiciales para él, que fuera más pausado en las entrevistas. Falla vio el torrente literario que tenía Lorca y le incitó a que dejara un poco de lado la música, aunque siguiera estudiándola. Gracias a Falla, Lorca amplió sus estudios musicales y conoció todas las vanguardias que venían de Europa, y Lorca recitaba sus obras a Falla y le daba a conocer lo que hacían otros literatos. También es crucial la relación que Lorca y Falla establecieron en torno al flamenco que culminó en la organización del concurso del Cante Jondo en Granada en 1922, que cayó bastante mal en aquellos ambientes culturales porque no se admitía a cantantes profesionales, sino a la gente de los pueblos”.