La vida del músico argentino Atahualpa Yupanqui que en quechua significa “el que viene de lejanas tierras para decir algo”, cuyo verdadero nombre era Héctor Roberto Chavero, dio un giro radical cuando en 1917 con su familia pasó unas vacaciones en Tucumán, y allí conoció un nuevo paisaje, una nueva música, con los instrumentos propios del pueblo indígena. Desde aquel momento su compromiso con este pueblo le llevó a transformar su identidad, cambiar su nombre, y a propagar su música por el mundo.
En esta milonga Atahualpa musicó el poema de su amigo Romildo Risso del que solía relatar la siguiente anécdota; “Yo tenía un amigo a quien recuerdo muy siempre, como decimos en el campo, un amigo que murió hace treinta años o algo parecido, el autor de Los ejes de mi carreta, que me decía: hay dos clases de viejo; aquel que pasó la vida acumulando experiencia y aquel otro que se pasó la vida amontonando tonterías y se cree que es experiencia.”
Los ejes de mi carreta ha aparecido siempre como un himno al inconformismo, a la afirmación de uno mismo aunque eso pueda causar extrañeza en los demás, a ser como uno quiere o puede ser a pesar de lo que te digan, desde la extrema y tozuda sencillez de no dejar que el mundo te cambie aunque parezca que lo que estás haciendo no tiene mucho sentido. ¿Cuántas veces escuchamos gente que nos aconsejan con la mejor intención? ¿Cuántas veces uno se da cuenta que su vida chirría, que podría hacer las cosas de otro modo, seguramente mejor, que podría engrasar los ejes y ya no sonarían?
Y no siempre conseguimos explicar (a veces ni a nosotros mismos) que no somos unos abandonados, la realidad es que somos como somos, que dejamos que los ejes chirríen cuando podríamos engrasarlos porque así es como nos gusta; pero también podríamos peinarnos de otra manera, buscar otro trabajo mejor que este que buscamos pero que no tiene futuro, dejar a esa chica que tanto te gusta pero que no te conviene, ponerte derecho que parece que siempre vas cansado, quitarte esa barba, (con lo guapo que estas afeitado… que diría tu madre).Pues sí, seguramente todo eso es verdad; pero como decía el gran Atahualpa:
“Si a mí me gusta que suenen ¿pa qué los quiero engrasaos?”