John Dowland es probablemente uno de los músicos más emblemáticos de la Inglaterra del cambio del siglo XVI al XVII. Fue una de las cabezas visibles del movimiento de compositores de canciones para laúd de las islas británicas. Pero aparte de sus virtudes como músico, algunos autores consideran a Dowland como una personalidad que refleja el espíritu inglés de la época. Y precisamente es a la melancolía británica de este periodo a lo que se asocian las canciones de John Dowland. La música y las letras de la época florecían influidas por los versos del poeta italiano Petrarca, cuyo impacto en la Europa del siglo XVI tiene su máximo exponente en la figura del madrigal. La melancolía petrarquista está asociada a las quejas de un amante cuya pasión no es correspondida por su amada.
El amor es un fenómeno que afecta a todos los sentidos. Hablamos de “amor a primera vista“, podemos distinguir la voz de la persona amada entre muchas otras y con solo el olor de su ropa se nos acelera el corazón. De hecho, nuestros sentidos juegan un papel importante cuando se trata de sentir simpatía o antipatía por una persona, y si nos sentimos atraídos sexualmente por ella. El olor de una persona es tan personal como su huella dactilar. Tanto determinados componentes genéticos como la flora bacteriana de la piel de cada individuo, se encargan de que la fragancia sea inequívoca. Incluso los más sutiles aromas en las células olfativas de la nariz generan impulsos eléctricos, que son procesados y enviados al bulbo olfatorio.
Acariciar es un arte. Y la caricia es algo parecido a una obra de arte —una gran obra de arte humano— que se lleva a cabo con los sentidos. Acariciar no es solamente tocar o palpar. Es, también, ver, oler, oír, gustar. Todo los sentidos entran en esta obra de arte, lo mismo que todos los colores entran en una pintura, en una obra maestra.
Ya en el siglo XVI, aparece también en la lírica española: la corriente centrada en el “carpe diem” reivindicando el valor de la belleza y de la vida sobre el de la destrucción” disfrutar del amor antes que llegue la muerte.
Desde el Hedonismo hay una desconfianza del placer como concepto “pecaminoso”, tal vez por influencia de la tradición judeocristiana, pero no toda la tradición bíblica va en esa dirección. Como ejemplo podemos citar el Eclesiastés,el más breve de los escritos sapienciales, con su tono marcadamente existencial. La conclusión principal del Eclesiastés refleja el conocido precepto del carpe diem: disfruta del día, disfruta del momento, aprovecha lo que la vida te ofrece. Es una especie de discusión del autor consigo mismo, en la que frecuentemente considera realidades opuestas entre sí: la vida y la muerte, la sabiduría y la necedad, la riqueza y la pobreza. En esta contraposición de conceptos, los aspectos negativos de la realidad aparecen subrayados y como teñidos de un tono de hondo pesimismo. Sin embargo, en ningún momento llega Eclesiastés al extremo de menospreciar o negar cuanto de valioso tiene la vida; nunca deja de reconocer los aspectos positivos que forman parte de la existencia y la experiencia del ser humano; trabajo, placer, familia, hacienda o sabiduría (2.11, 13).