Hace unos meses una compañera de teatro nos comentó que teatro significaba en húngaro algo así como “casa de colores”. Y la verdad que la acepción del término no puede ser más acertada, pues denota con él: la belleza, la magia y la profundidad del valor que encierra.

Y es que, así es el teatro: como llamar a la puerta y adentrarse en un apasionante viaje hacia un nuevo mundo por descubrir que te reta a sacar y a poner en práctica tus recursos, habilidades y capacidades que permanecían latentes, y que solo esperaban esa mano de nieve que sabe arrancarlas… Y así como el arpa de Bécquer en su poema el salón en el ángulo oscuro, así suavemente el teatro está arrancando en mí esas nuevas notas, para entonar una melodía que va sonando cada vez mejor y que me gusta.
A todo ello quizás también ha contribuido el revoleteo de aquellas “mariposas blancas”, que aunque blancas estoy seguro que el sol ha reflejado en sus alas una variedad de colores que volaban sobre aquellas escenas que un poeta llamado Juan Ramón Jiménez con su eterno platero nos invitaron a hacer verdad o al menos lo intentamos lo que probablemente pudo sentir al escribir esa famosa obra: Platero y yo.
Con todo esto ¿Cómo no estar a gusto en esta maravillosa casa de colores? Bienvenido seas teatro a mi vida. Aliéntame a seguir continuando esta aventura hacia todo un mundo por descubrir.