El principito de Saint Exupery no llegaba en muchos momentos a comprender ciertos comportamientos humanos. Por eso en uno de sus diálogos con el zorro se interpelaba de la siguiente manera: “Yo no sé porqué, la mayoría de la gente va corriendo de un lado a otro. Todo el mundo tiene prisa, mucha prisa. ¡A tope, a toda máquina! … Corremos tanto, que es fácil no ver, no escuchar, no dialogar, no acariciar, no sentir, no pensar…y en consecuencia, no amar. El amor necesita un ritmo, una cadencia que no sabe de prisas.
Yo- se dijo el Principito-, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, andaría despacito hacia una fuente…”
Así, como nos dice nuestro amigo, nos pararíamos a pensar y reflexionar un poquito más pero sobre todo cuando nos encontramos con el otro, para favorecer un encuentro de esos que son de corazón a corazón.
Eso es lo que en estos días me he parado a pensar en el contexto de una relación de ayuda en donde una persona acude a ti para que le acompañes y guíes.
Se necesita de una verdadera empatía que empieza por reconocer en el otro no solo que es distinto a ti sino que es un terreno sagrado, haciendo mención a lo que se dice en la biblia cuando Dios pidió a Moisés que se descalzara porque iba a pisar terreno sagrado. Así es cuando estás delante de una persona que acude a ti, contemplarla y acogerla con sensibilidad y respeto porque ha llegado a ti con una historia, con una biografía que le ha llevado a ser quien.
Tienes como misión entenderla, comprenderle y no caer en compadecerla o “arroparle”. Es todo un reto, que lleva a configurar una relación de ayuda muy distinta para considerarle mucho más allá que una simple etiqueta diagnóstica, pues en él están inscritas todas las dimensiones que tenemos las personas (bio-psico-social-espiritual) y no podemos olvidarlas.