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FOTOS DE VÍCTOR GIBELLO
Un antiguo proverbio beréber dice: “hay dos cosas que nunca duermen, el agua y el rencor”. Sin embargo, el destino al que nos conducirá el viaje de hoy demostrará que hay lugares especiales en los que esta vieja creencia no se cumple: marchamos hacia una comarca en la que las aguas reposan tranquilas, como fragmentos de cielo recortados y depositados con suavidad en la tierra, hipnotizadas, adormecidas por la mano del hombre. Y el rencor, ¿qué era el rencor?
Viajamos a la Siberia extremeña, situada en la esquina nororiental de la provincia de Badajoz y bañada por los ríos Guadiana y Zújar. Allí nos espera uno de los asentamientos arqueológicos medievales más interesantes de España, un paraíso olvidado desde hace cinco siglos que aguarda paciente a que nos decidamos a exhumar todos sus secretos.
Hace unos días, mientras preparaba documentación para escribir este post, escuchaba un programa de Radio 3 llamado En la Nube. Curiosamente estaba dedicado a Pablo Guerrero, que esa noche celebraba un concierto en la Sala Galileo de Madrid, en el que se conmemoraban los 40 años de la canción A cántaros y se presentaba el nuevo trabajo, Lobos sin Dueño, una antología con un triple cd que resume su fructífera y larga carrera.
No hay casualidades. Pablo Guerrero nació y vive en el pueblo al que me dirijo, Esparragosa de Lares. En homenaje a nuestro poeta cantor, viajo con sus discos, vuelvo a disfrutar sus letras. Alcanzo Esparragosa cuando suena La Ciudad del Nómada, tampoco es casualidad ni coincidencia azarosa.
Dejo atrás la población y me dirijo a la próxima aldea de Galizuela, un pequeño y pintoresco enclave habitado dependiente de Esparragosa. Los últimos versos de La ciudad del nómada suenan cuando aparco el coche al pie de la Sierra de Lares: “Desde todos los siglos / llegan las caravanas a la ciudad del nómada”.
La Sierra de Lares es una mole de piedra imponente cuya cumbre está amesetada. Alcanza los 644 metros de altura. La subida tiene repechos complicados. Varios senderos señalizados llevan a la cima sin equívocos. El esfuerzo de la subida se compensa con creces, las vistas son absolutamente espectaculares.
A nuestros pies se dispone un paisaje esencial, austero, casi metafísico, en el que nada sobra y todo pareciera estar situado en el lugar correcto. Masas de agua de un azul profundo rivalizan con tierras onduladas cuyos volúmenes cambian con la luz del sol, tierras dedicadas a la ganadería extensiva pintadas de verde intenso en los meses húmedos y doradas en el tiempo del estío.
El agua duerme, pareciera haber encontrado el sitio ideal para descansar en su agitada carrera hacia el mar. Siglos atrás, cuando gentes bereberes se establecieron en el cerro y construyeron una población fabulosa, inexpugnable, el agua cantaba por los ríos Zújar, Guadalmez, Guadalemar y Siruela y por los múltiples arroyos que hoy alimentan el embalse de La Serena.
Al-Bakri Abu Abdullah, un geógrafo e historiador andalusí que vivió en el siglo XI, fue el primer autor conocido en citar el yacimiento que visitamos, lo llamó hisn al-Ars, de donde, obviamente, procede el nombre de Lares y lo incluyó en la kura (provincia) de Mérida.
Hisn es un término árabe que designa lugares fortificados con el que se nombraba a muchas poblaciones extremeñas, entre ellas, por citar algunos ejemplos, hisn Qasr As (Cáceres), hisn al-Hanas (Alange), hisn Madallin (Medellín) y hisn Sanyas (Montánchez).
Después de la conquista islámica de la Península tuvo lugar un proceso de asentamiento de los vencedores, un proceso mediante el que se reocuparon los antiguos enclaves, hispanorromanos y visigodos, y se crearon nuevos pueblos, algunos de los cuales terminaron por convertirse en ciudades principales.
La Serena y La Siberia son dos comarcas donde se establecieron desde un primer momento importantes contingentes beréberes pertenecientes a diversas tribus llegadas con la invasión: Miknasa, Nafza, Zanata, Masmuda, Zuwaga, Magila, Sadfura, Kutama, Hawwara, son algunas de ellas.
En el siglo VIII se creó una población en la Sierra de Lares, que con el paso de los siglos fue evolucionando hasta convertirse en uno de los principales núcleos andalusíes de la región, hecho que vino favorecido por su inmejorable ubicación estratégica, pero también por su posición en uno de los caminos que unían Mérida con Córdoba.
La ciudad, curiosamente, debió ser creada por clanes tradicionalmente nómadas que decidieron hacerse allí sedentarios. No sé si Pablo Guerrero pensaba en Lares y en esta hipótesis cuando escribió el poema al que ante me refería (Desde todos los siglos / llegan las caravanas a la ciudad del nómada), pero yo así quiero verlo.
En 1226, la ya vieja ciudad islámica, fue tomada por tropas castellanas. Poco después, Fernando III cedió su posesión a la Orden del Temple, en cuyas manos permaneció hasta su disolución.
Extinguidos los templarios, Lares y su tierra fueron entregados a la Orden de Alcántara, que estableció allí una importante encomienda. La pérdida de su valor como enclave militar, supuso el abandono de la plaza, que dejó de ser un lugar poblado en el siglo XVI. La sede de la encomienda ya había sido trasladada con anterioridad a Galizuela, aldea en el llano, que fue creciendo a la par que mermaba Lares.
En las cercanías de Galizuela se construyó una venta próxima a un manantial que atrajo a pobladores. Con el paso del tiempo se constituyó en torno a ella un nuevo núcleo habitado, Esparragosa, que terminó acaparando competencias en detrimento de Galizuela.
La Sierra de Lares es mucho más que un balcón de espectaculares vistas panorámicas. Aunque el olvido se haya adueñado del lugar desde hace más de cinco siglos, el cerro es todavía capaz de contarnos muchas de sus historias. Aún se alzan numerosas construcciones repartidas por la amplia extensión de la cumbre que podemos interpretar.
El asentamiento se divide en dos partes perfectamente diferenciadas. Un foso excavado en roca separa el recinto militar, situado en la mitad este, de la población propiamente dicha, ubicada a poniente. Hay zonas en las que bastaría una simple limpieza para determinar el trazado urbano y las numerosísimas construcciones existentes. Una imponente ciudad de unas 8 hectáreas de extensión aguarda dormida, olvidada, bajo el subsuelo.
La fortificación muestra defensas adaptadas al roquedo, potentes murallas flanqueadas por torres de planta cuadrangular, bastiones, cuerpos avanzados sobre la cerca principal. La ruina está muy avanzada, las antiguas instalaciones militares son hoy un pedregal que parece ilegible, pero si prestamos la suficiente atención, veremos aljibes casi completos, restos de la puerta y los caminos de acceso, el foso, cuerpos de guardia y una iglesia construida por la Orden del Temple. ¡Sí, también tenemos una iglesia templaria en Lares! Su ábside semicircular orientado al Este, su nave única compartimentada en tres tramos…
A este paraíso olvidado acudimos enamorados de la arqueología y la historia medieval, exploradores de paisajes poco transitados, rastreadores de enclaves especiales, viajeros en busca de la autenticidad perdida en nuestra sociedad de plástico y acero inoxidable. Desgraciadamente también acuden expoliadores cargados con detectores de metales, que no dudan en mancillar y agujerear este suelo “sagrado” para hacer del Patrimonio común un bien privado.
El expolio de bienes arqueológicos es una actividad ilegal, penada por la legislación vigente y el uso de detectores de metales con este fin está totalmente prohibido. Cada día nuestros yacimientos sufren ataques irreparables. No solo son robadas piezas propiedad de todos, sino que para extraerlas se destruyen los contextos arqueológicos en los que se encuentran, perdiéndose con ello valiosísima información que ya nunca podrá ser recuperada.
Al campo no se le pueden poner puertas, no hemos de disponer policías en cada uno de los miles de yacimientos arqueológicos existentes en la región. No queremos candados ni alambradas, hemos de educar para que nuestro Patrimonio no siga siendo dañado y destruido.
Viajen a Esparragosa de Lares, asciendan a la antigua al-Laris y disfruten de un enclave singular. Antes de marcharse invoquen la lluvia, pidan que llueva a cántaros, pues hoy sigue siendo tan necesario como 40 años atrás.