VER TODA LA GALERÍA DE FOTOS DE LA ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DEL SALOR EN TORREQUEMADA. / Autor: VÍCTOR GIBELLO
En aquel tiempo, los límites jurisdiccionales se fijaban gracias a accidentes geográficos (montes, ríos), elementos naturales (árboles, rocas) y construcciones fácilmente reconocibles en el paisaje. Entre estas últimas hay que citar desde hitos sencillos, mojones, hasta poblaciones antiguas abandonadas cuyos restos aún eran bien visibles.
Con las actuales herramientas de teledetección y avanzados estudios cartográficos disponibles resulta relativamente sencillo comprender, gestionar y hacer una ordenación coherente del territorio. Sin embargo, nuestros ancestros carecían de tan avanzados medios. A menudo, los deslindes generaban continuos pleitos, pues fijar los límites y hacerlos respetar nunca ha sido tarea sencilla.
Cuando leoneses y castellanos conquistan la tierra, adquieren un espacio enorme que han de poblar, organizar y explotar. Un espacio que les resulta desconocido y que, pese a estar articulado por una buena red de caminos y poblaciones, han de adecuar a sus usos, costumbres y necesidades.
Una de las primeras actuaciones consistía en determinar los límites entre asentamientos, para lo cual se solían respetar las demarcaciones de los alfoces islámicos. Así sucede en el deslinde entre Cáceres y Montánchez, calcado de tiempos precedentes. La ermita de Nuestra Señora del Salor, la protagonista de este post y destino al que nos dirigimos, fue utilizada entonces como enclave fronterizo.
Torrequemada, nacida en el término de Cáceres, se ubica al sur de la capital provincial, en el antiguo camino que unía Córdoba con Oporto a través de Alcántara, del cual es heredera, en parte, la actual carretera Ex – 206. Para acceder a la ermita, emplazada en pleno campo, es necesario solicitar las llaves del edificio a algún miembro de la Cofradía de la Virgen del Salor. Por indicación de Paquita Cruz, alcaldesa, me dirijo a casa de María Jesús recorriendo el intrincado urbanismo de esta bonita localidad, a la que regresaremos en otras ocasiones, pues tiene otros Paraísos Olvidados esperándonos.
Poco más de dos kilómetros separan Torrequemada de la ermita, siguiendo el camino viejo de Montánchez. Transito por la dehesa boyal, una amplia finca comunal dedicado a la ganadería extensiva en la que conviven en armonía caballos, vacas, rebaños de ovejas y piaras de cerdos. El lluvioso invierno ha regalado a la dehesa una alfombra de un verde intenso, el musgo adherido a las paredes de piedra brilla al sol como una explosión fosforescente y hasta el más pequeño arroyo corre con fuerza desconocida.
Al fondo, sobre un altozano, se divisa el templo. Parece una imagen de otro tiempo. El camino lleva hasta un puente construido en el siglo XVI, sustituto de otro mucho más antiguo, dispuesto para salvar las aguas del río Salor. Es una obra bien lograda, conservada íntegramente, incluso se mantienen los pretiles realizados con bloques monolíticos dispuestos en vertical.
Cruzo el puente, junto a la orilla izquierda, se aprecian los restos de un molino medieval cuyo canal aún se intuye entre la vegetación, remontándose aguas arriba durante unos 600 metros hasta un azud que elevaba el cauce.
Superada una suave cuesta, alcanzo la ermita, edificio de notables proporciones. El exterior es sobrio, hermético, macizo. Sobresalen una espadaña, a los pies, y el volumen cúbico de la cabecera por encima del resto de la fábrica. Tres puertas permiten el acceso. La portada norte es apuntada, destaca por las pinturas que la ornan, pinturas que representan a la Virgen con el Niño rodeados de ángeles. La oeste es adintelada al exterior y apuntada al interior. Por su parte, la sur, ofrece un porche sobre dos pilares y un vano de medio punto con un conopio en la arquivolta exterior. Los vanos son escasísimos: una saetera a poniente y sendas ventanas en los lados meridionales de la sacristía y del testero, así como dos linternas, una sobre la cúpula del ábside y otra sobre la bóveda del primer tramo de la nave central.
El interior es sombrío, misterioso, amplísimo; la escasez de mobiliario permite algo que ofrecen muy pocos inmuebles en uso: disfrutar de un espacio arquitectónico puro, sin aditamentos, libre de interferencias que distorsionen la percepción del espacio. He gozado de esta experiencia muchas veces y en cada una de ellas ocurre algún pequeño milagro que hace que ansíe volver. La primera vez tuve la oportunidad de contemplar una pareja de lirones caretos que preparaban la madriguera para el letargo invernal, un acontecimiento raramente visible.
El más absoluto silencio suele ser un excelente compañero de viaje, pero hoy decido recorrer el templo escuchando la música de Jocelyn Pook, en concreto la composición titulada Backwards Priests, composición rebautizada como Masked ball después de que Stanley Kubrick la utilizara en una misteriosa escena de su última película, Eyes wide shut. Quién sabe, quizás, si Kubrick hubiera conocido la ermita de Nuestra Señora del Salor, la habría utilizado como localización.
El interior es mágico, la escasez de luz y el diseño arquitectónico crean una atmósfera particular que favorece el recogimiento y la introspección, un espacio sagrado en un lugar venerado desde la antigüedad. La nave está dividida en seis tramos generados gracias a cinco galerías de tres arcos cada una paralelas a la cabecera. Los arcos, apoyados en pilares graníticos y en los muros norte y sur, son apuntados, aunque ofrecen una tímida pero clara tendencia a la herradura. Su traza y el material con el que están edificados, el ladrillo, lo vinculan claramente con el estilo mudéjar. Los dos primeros tramos están cubiertos por bóvedas de arista propias del barroco, una reforma tardía que también conllevó el reforzamiento de los pilares; los cuatro restantes ofrecen una cubierta de madera a dos aguas, fruto de una acertada restauración realizada en la década de los 80’.
Interesantes pinturas murales ornan la nave, se realizaron entre los siglos XIV y XVI. Se trata de frescos con diversas escenas del Nuevo Testamento: Jesús camino del monte Calvario, Crucifixión, Jesús entre los doctores, Bautismo de Jesús y la Última Cena. A ellas hay que unir las pinturas existentes en el intradós de los arcos, de temáticas vegetal y geométrica, así como restos del ornato exterior del templo, realizado tanto con pinturas como con esgrafiados.
La cabecera es muy tardía, obra de fines del siglo XVIII, sustituta del testero original cuya disposición se desconoce. La estructura tiene planta cuadrangular y se cierra mediante cúpula rematada en linterna, reforzada exteriormente con dos grandes contrafuertes hacia el este.
El origen de la ermita del Salor es discutido, algunos creen que es obra templaria, aunque carecen de datos para plantear esta hipótesis. Como antes señalaba, cuando se deslindaron en 1230 los términos de Cáceres y Montánchez, la ermita ya aparecía como hito marcador, hecho que evidencia su existencia en este momento. No obstante, el templo al que se refieren las fuentes históricas no es el mismo que ha llegado a nuestros días, pues la actual ermita es obra del siglo XIV, sustituta de aquella ya existente en tiempos de la conquista.
Parece evidente, dados los restos arqueológicos apreciables en la zona, que el lugar tuvo ocupación, al menos, desde época romana. Es más que posible, que allí se edificara una iglesia de época visigoda o mozárabe, a la que bien podrían estar vinculadas las numerosas tumbas antropomorfas excavadas en la roca que pueden apreciarse. Quizás fueran los restos de ese edificio, abandonado tiempo después de la conquista islámica y en avanzado estado de ruina, a los que se refieren las fuentes.
En 1345 se funda la Cofradía de Nuestra Señora del Salor por parte de nobles ligados a la parroquia cacereña de San Mateo. Es justamente este el momento de construcción del templo. La nueva ermita acogió la imagen de la Virgen encontrada allí, según afirma la tradición, en el siglo XIII, por un pastor, gracias a la intercesión divina. La escultura mariana fue destruida, o robada, durante la invasión francesa, la representación actual es de factura moderna, una imagen para vestir que poco tiene que ver con la original.
En 1519 los caballeros cofrades dejan de atender las necesidades de mantenimiento de la ermita, pues es la iglesia de San Mateo de Cáceres la que acapara todos los fondos disponibles para su reconstrucción. Tras unos años de abandono, los habitantes de Torrequemada deciden asumir su conservación, manteniéndose desde entonces una fuerte devoción popular y una estrecha vinculación sentimental con el santuario.
Cierro las puertas antes de marcharme, al llegar a la situada en el muro del evangelio, la norte, la luz rasante del sol, ya muy bajo, permite contemplar los juegos grabados en el umbral: dos alquerques de nueve, un alquerque de doce y un tres en raya. Quizás se trate de piezas reutilizadas del yacimiento romano, pero nos hablan de la vida cotidiana en este sitio, a donde no solo se acude a orar.
Vuelvo al pueblo a entregar las llaves a María Jesús y retorno a la ermita de inmediato, quiero aprovechar el viaje para hacer unas fotografías nocturnas. El silencio solo es roto por el rumor del agua, la contaminación lumínica es inexistente, el cielo estrellado vibra limpio. Las condiciones son ideales. Después de realizar varias tomas, me dirijo al puente. Me adentro en el río, el Salor baja con fuerza y frío. Espero a que la Constelación de Orión se “pose” sobre él puente para fotografiarlo.
Me marcho ya, aunque pasaría toda la noche a la vera del Salor. Recorro la dehesa bajo las estrellas. A modo de pequeño homenaje a los 50 años de la publicación de Rayuela, les dejo una cita de Julio Cortázar, extraída de una entrevista, perfecta para el momento y para nuestros Paraísos Olvidados: “tenemos que obligar a la realidad a que responda a nuestros sueños, hay que seguir soñando hasta abolir la falsa frontera entre lo ilusorio y lo tangible, hasta realizarnos y descubrir que el paraíso perdido está ahí, a la vuelta de la esquina”.