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Víctor Gibello

Paraísos Olvidados

La Casa de la Sierra, un puesto de mando avanzado de la República en el Frente Extremeño

Hoy los cardos son los únicos vigilantes de la puerta./ Víctor Gibello
Hoy los cardos son los únicos vigilantes de la puerta./ Víctor Gibello

VER TODA LA GALERÍA DE LA CASA DE LA SIERRA, DON BENITO. / Autor: VÍCTOR GIBELLO

 

Hay hallazgos inesperados, descubrimientos que parecen aguardarnos pacientes y a los que parecemos ajenos. Las búsquedas, de cualquier naturaleza, suelen deparar encuentros que no siempre se corresponden con el motivo que las generó, pero que estaban dispuestos allí, quién sabe por qué, ofreciéndose a nosotros para que los diéramos a conocer.

Hace algunos años, en busca de lo que no encontré, hallé un tesoro histórico dormido en Don Benito. Una joya merecedora de conservación que en este tiempo ha languidecido hasta tal extremo, que su sueño parece casi una muerte de olvido, una joya que se deshace, que pierde su pétalos como flor agostada, que parece condenada a una desaparición inminente. Quizás no seamos merecedores de las herencias que dilapidamos, quizás seamos indignos depositarios de un legado que destruimos o que arruinamos con nuestra indiferencia.

Sierra de la Ortiga./ Víctor Gibello
Sierra de la Ortiga./ Víctor Gibello

 

Caminando por la vertiente sur de la Sierra de la Ortiga, o de las Cruces, oteé a los lejos un edificio que asomaba entre la vegetación. Su porte y sus trazas lo vinculaban, ya en la distancia, con una construcción claramente doméstica; sin embargo, había algo en ella distinto de otras tantas edificaciones tradicionales rurales del siglo XIX de la comarca. Puede que fueran las torrecillas circulares que flanqueaban el pasillo previo a la entrada, o el amplio portón al que abocaba el camino empedrado, aún visible, los que llamaran mi atención, o puede que hubiera algo no concreto, pero palpable, que me incitara a adentrarme en aquella ruina.

Camino de acceso./ Víctor Gibello
Camino de acceso./ Víctor Gibello

 

Lo cierto es que encaminé mis pasos hacia ella, decidido, incluso soportando una lluvia a ratos copiosa que se alternaba con breves claros, una tormenta típica de mayo que dibujaba sobre el paisaje un cielo barroco, dramático. El camino transitaba entre eucaliptos, primero, y encinas y olivos, más tarde. De repente, sentí un dolor intenso, ocho o nueve abejas clavaban sus aguijones en mi piel, sin piedad, enrabietadas. Tres apicultores manipulaban las colmenas próximas con la tranquilidad de un hábito repetido mil veces, proyectaban humo suave y rítmicamente, extraían láminas de miel que almacenaban con cuidado en recipientes dispuestos junto a un vehículo. Corrí en sentido opuesto, sin perder de vista el edificio, alejándome del camino para huir del enjambre.

Puerta de entrada a la Casa de la Sierra./ Víctor Gibello
Puerta de entrada a la Casa de la Sierra./ Víctor Gibello

 

Alcancé la casa tras un suave repecho. Dos pequeñas torres circulares, muy deterioradas, definían la entrada con claridad, entre ambas discurría la vía pavimentada de la que me hicieron escapar trescientos metros atrás los insectos. Muros de piedra delimitaban a un lado y al otro espacios ocupados por descuidados olivos. La hierba, ya pasto, crecía entre las piedras del camino, señal inequívoca de abandono prolongado. Crucé una alta puerta, viejo acceso de carruajes, y me encontré en un amplio patio con unas magníficas vistas hacia el sur, hacia los llanos cerealícolas y las sierras de Guadámez, Argallén y Arrozao. Numerosas dependencias, totalmente arruinadas, se alzaban hacia el sur, este y oeste, probables establos y almacenes del cortijo.

La ruina avanza./ Víctor Gibello
La ruina avanza./ Víctor Gibello

 

Al norte, una escalinata doble marcaba el acceso a la vivienda propiamente dicha. Al estar construida sobre la ladera, se estructuró en dos niveles perfectamente definidos por usos. Las escaleras conducían a una gran terraza de la que sobresalía una torrecilla semicircular a modo de balcón. A la izquierda de la terraza otra escalera llevaba directamente al doblado o sobrado, un espacio corrido, diáfano, también utilizado para funciones diversas, entre ellas el almacenamiento del excedente de la cosecha.

Casa vista desde el patio./ Víctor Gibello
Casa vista desde el patio./ Víctor Gibello

 

En el bajo, la puerta principal estaba tapiada. Me colé por un agujero abierto en la pared, posible eco de una ventana desaparecida. Ya en el interior, deambulé con prudencia, el estado de ruina avanzado así lo aconsejaba, la pérdida de parte de la cubierta había dejado un amasijo informe de escombros y vigas sobre los suelos. Un pasillo, trazado en sentido este – oeste, permitía el tránsito entre dependencias, que se abrían a ambos lados hasta sumar un total de once estancias.

Estancia de la Casa de la Sierra./ Víctor Gibello
Estancia de la Casa de la Sierra./ Víctor Gibello

 

Podría seguir con la descripción arquitectónica del inmueble y comentar que los zócalos de piedra cuarcítica sostenían muros de tapia tradicional de coloración rojiza, como las tierras del lugar, y otras tantos aspectos que hablarían de esta construcción realizada con las técnicas y las tipologías propias del mundo rural bajoextremeño del siglo XIX; pero todo ello, siendo sumamente atractivo, sería algo menor comparado por el verdadero interés que ofrece la llamada Casa de la Sierra: el interior de la vivienda mantenía un conjunto de grafitos espectacular por su contenido, fruto del tiempo en que fue usada como sede de un puesto de mando avanzado de la República en el Frente Extremeño.

Grafitos./ Víctor Gibello
Grafitos./ Víctor Gibello

 

En agosto de 1936, consolidadas las posiciones de Mérida y Badajoz, los mandos militares sublevados deciden, de acuerdo con la estrategia definida por Franco, iniciar la marcha hacia Madrid. En un intento por asegurar el flanco sur del trayecto hacia la capital, Don Benito y otras localidades de la comarca fueron bombardeadas los días 16 y 17 de agosto, y una columna liderada por Castejón, comandante de la legión participante en los desgraciados acontecimientos de Badajoz, inició su marcha hacia Medellín. Lo que parecía un desfile triunfal, se tornó dura derrota. Los milicianos, defensores de la República, habían fortificado su posición en Medellín aprovechando el castillo medieval y el control del puente sobre el Guadiana, ¿quién podía imaginar entonces que la fortaleza medieval iba a recuperar funciones castrenses y convertirse en clave de la resistencia al fascismo en La Serena?

A partir de ese momento, segunda quincena del mes de agosto – inicios del otoño de 1936, se crea en el este de la provincia de Badajoz una línea de frente estable que perdurará, con ligeras modificaciones, como zona de fricción permanente entre los dos bandos hasta la segunda quincena de julio de 1938, fecha en que se da por finalizada la denominada “Bolsa de la Serena” tras una contundente ofensiva del bando nacional. Durante este tiempo, el espacio geográfico se convierte en un escenario bélico que genera un conjunto de construcciones, espacios de memoria y lugares emblemáticos que, en nuestros días, ha terminado por formar parte de un Patrimonio singular y perfectamente reconocible. Un Patrimonio totalmente desprotegido en Extremadura, incomprensiblemente desprotegido, con muchos de sus bienes en un estado tal que su continuidad se antoja muy difícil, casi imposible.

Existen iniciativas muy loables, como la llevada a cabo por el CEDER La Serena, donde personas como Antonio López están haciendo una labor encomiable de inventario, sensibilización y difusión del Patrimonio de la Guerra Civil en la comarca. Parte de este estupendo trabajo puede apreciarse en la web www.1936laserenalosmonegros.es, ojalá su ejemplo se extienda al resto del territorio y se dote de protección legal, sostenimiento, estudio y conservación por parte de la Administración encargada de velar por nuestro Patrimonio, es su obligación y su razón de ser.

Hace cinco años se celebraron en Castuera unas jornadas tituladas Guerra y Patrimonio en el Frente Extremeño. 70 Aniversario del cierre de la “Bolsa de La Serena”. Tuve el privilegio de participar en ellas invitado por la organización, allí mostré algunos de los bienes más amenazados y ofrecí posibilidades de trabajo para el futuro inmediato. Han pasado los años y nada se ha hecho, ninguna propuesta de las ofrecidas por los participantes fue escuchada. Desde entonces el Patrimonio de la Guerra Civil está tan expuesto o más que antes, el paso del tiempo no juega a su favor, el riesgo de desaparición es completo.

Uno de los lugares mostrado en aquellas fructíferas jornadas fue nuestro Paraíso Olvidado de hoy, la Casa de la Sierra. Se trata de un edificio construido probablemente un siglo antes del inicio del conflicto armado. Su interés radica en el aprovechamiento que la División 37ª del Ejército de Extremadura hace del inmueble, al que convierte en sede de mando operativo avanzado de la República sobre la “frontera” entre las dos Españas.

Grafito Puesto de Mando./ Víctor Gibello
Grafito Puesto de Mando./ Víctor Gibello

 

Obra del tiempo en que las tropas permanecieron allí asentadas es un amplio conjunto de grafitos repartidos por las paredes del interior de la vivienda. Los muros encalados fueron la base sobre la que se dibujó y escribió con muy diversos fines, desde el simple entretenimiento hasta el adoctrinamiento comunista, es posible que la falta de papel provocara el uso generalizado de las paredes como soporte gráfico. Existen escritos a modo de letrero informativo: “cuarto de oficiales”, “se proibe la entrada”. También encontramos proclamas de adoctrinamiento: “aviso: todo el que proboque palabras de desmoralizacion sera considerado como fazioso”, “viva la URSS”, “viva el ejército del Pueblo”, “viva la República Española”. Numerosos nombres aparecen escritos con mejor o peor fortuna, siguiendo una costumbre que parece repetirse desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días. Encontramos directrices educativas, correctoras y prohibiciones múltiples: “se proive ter minante mente
mease en la es calera
por cause de la yngiene
lo que cetifico para el
conoci miento de los ynteresados
y el que desovedezca esta ordenes
sera considerado como
camarada cerdo”, “se proibe comprometer”, “se proibe insultar a naide”. Hay pintadas jocosas: “el que esto lea me la menea”, prácticas de balística, e incluso ensayos de caligrafía de algún miliciano ansioso de aprender a escribir su nombre. Manuel Cerrato, José del Torno y José María Salguero, de la Fundación de Estudios Sociales Extremeños Pío Sopena publicaron un interesante artículo donde detallaron buena parte de las inscripciones y plantearon algunas interesantes hipótesis de trabajo.

Por encima de todos los grafitos destacan dos grandes dibujos: un perfil de un hombre con gafas y bigote, quizás una buena idealización de un retrato de Lenin, y un espléndido panel al que llamo “Juan Español, siguiendo la nomenclatura de la propia pintada (Juan Español es tanto como decir Juan Nadie, un nombre para definir a todos y a ninguno). Juan Español aparece representado como un jornalero extremeño, porta sombrero y un capote taurino que es el mapa de España (incluso se consignan las ubicaciones de Madrid y Valencia). En su mano izquierda lleva un estoque con el que entra a matar un toro: la caricatura cornada de Hitler, sobre quien se refleja una nueva inscripción: “Hitler el hijo de puta”. Bajo Juan Español un nuevo grafito dice retador: “entra en Madrid si tienes cojones Hitler”.

Juan Español toreando a Hitler./ Víctor Gibello
Juan Español toreando a Hitler./ Víctor Gibello

 

He vuelto a visitar la casa después de seis años, quería ver como el tiempo la había tratado. Escuchando la música de The Durrutti Column llegué a la parcela, aparqué el coche junto a la carretera y me adentré en el campo tomando algunas “precauciones apícolas”. Cierta desolación comenzó a adueñarse de mi ánimo, el eucaliptal estaba recién talado, un mal presagio de lo que vendría más tarde. Al llegar pude apreciar, consternado, que donde hace escasos años había muros, bóvedas y techumbres, solo encontraba derrumbes y ruina. En seis años se ha perdido un 75% de la superficie edificada y prácticamente todas las inscripciones. Lamentable.

Me consuelo viendo todavía en pie la pintada de “Juan Español” toreando al líder nazi con la valentía de siempre, toreando al paso del tiempo y a las inclemencias. Este grafito ha de ser conservado de forma inmediata, probablemente no aguantará un invierno más sin venirse abajo. No suelo ser partidario del traslado de bienes históricos y arqueológicos a lugares diferentes a aquellos de los que fueron creados, pero en este caso voy a hacer una excepción: la casa está perdida, irremediablemente, no creo que nadie vaya a hacer un esfuerzo económico como el que se necesitaría para ponerla en pie, así que la pintada ha de ser fijada, consolidada, restaurada, extraída y montada en alguno de nuestros museos y todo eso ha de hacerse ya. El coste de esta actividad es escasísimo si lo comparamos con el valor histórico y cultural que posee. No podemos permitirnos su pérdida.

Cuentan que Miguel Hernández, el poeta del pueblo, estuvo en la Casa de la Sierra en junio del 37 visitando a los soldados, elevando la moral de la tropa con recitales poéticos. Miguel, aquel cuyas manos habían sido hechas para la siega y el yunque, para el cayado y la yunta, un jornalero más entre los jornaleros, aquel que decidió cambiar el destino marcado por siglos y agarrarse con ferocidad al papel y la pluma, Miguel, con sus palabras como simiente de esperanza, se asomó al balcón de la Casa de la Sierra y cantó sus poemas a la tropa dispuesta en el patio: “Sentado sobre los muertos /
que se han callado en dos meses, /
beso zapatos vacíos
/ y empuño rabiosamente /
la mano del corazón /
y el alma que lo mantiene.
/
Que mi voz suba a los montes
/ y baje a la tierra y truene,
/ eso pide mi garganta /
desde ahora y desde siempre.
/
Acércate a mi clamor,
/ pueblo de mi misma leche, /
árbol que con tus raíces
/ encarcelado me tienes,
/ que aquí estoy yo para amarte /
y estoy para defenderte /
con la sangre y con la boca
/ como dos fusiles fieles.
/
Si yo salí de la tierra,
/ si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza, /
no fue sino para hacerme
/ ruiseñor de las desdichas,
/ eco de la mala suerte,
/ y cantar y repetir
/ a quien escucharme debe
/ cuanto a penas, cuanto a pobres,
/ cuanto a tierra se refiere (…)”. Lo imagino con los puños suavemente apretados, declamando sus versos, la mirada perdida entre los trigales y las sierras de La Serena, al fondo, decidido a darlo todo para cambiarlo todo.

Cierro este post con el Adagietto de Gustav Mahler, el cuarto movimiento de su Sinfonía nº 5, melancolía en estado puro a modo de despedida.

Balcón con vistas a las sierras del sur desde el que recitó sus versos Miguel Hernández./ Víctor Gibello
Balcón con vistas a las sierras del sur desde el que recitó sus versos Miguel Hernández./ Víctor Gibello

Extremadura posee un patrimonio muy rico y diverso, quizá de los más destacables cualitativa y cualitativamente de la Península. El blog Paraísos olvidados pretende recuperar y dar a conocer la memoria de esta herencia de siglos, un legado compuesto por monumentos y yacimientos arqueológicos, pero también por paisajes, bosques, manantiales, restos de arquitectura vernácula, tradiciones, etc.

Sobre el autor

Arqueólogo, historiador, historiador del Arte, fotógrafo, escritor, emprendedor. Durante los últimos 25 años ha realizado numerosos trabajos de investigación, excavación, restauración y puesta en valor del Patrimonio Cultural por toda España, así como diversos proyectos internacionales. Paraísos Olvidados es un recorrido diferente por el Patrimonio de Extremadura, un viaje a los espacios más singulares, atractivos y amenazados de nuestra tierra, un experimento de divulgación que pretende crear conciencia en la sociedad para su conocimiento, valoración, protección, conservación y disfrute


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