VER TODA LA GALERÍA DE FOTOS DE LA MINA SAN NICOLÁS/ Autor: VÍCTOR GIBELLO
“En la vida, unas veces se reciben piedras y otras veces panes; pero con el tiempo te das cuenta de que las piedras también eran panes”. Estas palabras llenas de sabiduría, que sólo pueden ser dichas por personas capaces de ver más allá de la simple realidad formal, fueron pronunciadas en 1989, en la India, por Vicente Ferrer en una conversación mantenida con Logan Gómez Chauvet.
Años después, Logan incluyó la cita en su libro Objetivo despertar. Las 112 técnicas de meditación ofrecidas por Shiva, un interesantísimo y recomendable trabajo en el que, a modo de viaje iniciático, el autor ofrece los profundos conocimientos adquiridos en compañía del maestro Swami Anad Shivaya, conocimientos contenidos, en parte, en el Vijnana Bherava Tantra, puestos a disposición de los lectores para hacerlos más comprensibles.
De Villanueva de La Serena, donde reside Logan, nos desplazamos a Valle de La Serena en busca de un nuevo Paraíso Olvidado, en esta ocasión un enclave diferente por su naturaleza a los tratados hasta el momento, pero poseedor de características y valores que lo hacen excepcional. Desde Valle han de recorrerse 6 kilómetros por la carretera que conecta la población con Puebla de la Reina, en dirección Suroeste, hasta llegar a una pista dispuesta a la izquierda de la vía. El camino, de unos 2 kilómetros, conduce a una explotación minera denominada San Nicolás, actualmente abandonada.
La mina alimentó durante casi un siglo las ilusiones y las esperanzas del pueblo y de las localidades vecinas. Con su cierre llegó la emigración, un fenómeno que afectó a Extremadura entera pero que en Valle dejó una profunda huella por su intensidad. Hoy, cuando el fantasma del paro ha regresado para sembrar el miedo en los hogares, se ha reabierto la herida nunca cerrada del todo del éxodo obligado por la necesidad. Son muchos los que desempolvan maletas del doblado y guardan en ellas sus sueños para sembrarlos en otros lugares más amables.
Los ojos de jóvenes y mayores han vuelto su mirada a la mina, buscando en ella el sustento que mantuvo a generaciones anteriores, que les trajo prosperidad y les permitió vivir en el lugar donde nacieron. No se trata de un mirar atrás nostálgico de un pasado mejor irrecuperable, sino ilusionado en un futuro posible. Si bien es cierto que la explotación minera ya no es sostenible económicamente tal como estaba planteada, de ahí que se cerrara a principios de los años 90’, el conjunto conservado puede convertirse en el revulsivo que la población necesita para activar su maltrecha economía.
Una adecuada gestión turística de los recursos mineros, industriales, arqueológicos, antropológicos y naturales que posee San Nicolás, recursos que conforman un conjunto heterogéneo pero perfectamente cohesionado, sería capaz de convertirse en un motor de desarrollo en La Serena, volviendo a situar a Valle en una posición preeminente en la comarca. Así lo cree el pueblo, así lo manifiesta su gente. Y es esa certeza la que ha llevado a la movilización social para reclamar de las instituciones su protección, conservación y puesta en valor. Diversos colectivos, entre ellos ADEPA VALLE S. (Asociación para la Defensa del Patrimonio de Valle de La Serena), han iniciado varias campañas tendentes a concienciar a la población y a las instituciones regionales de la valía de San Nicolás y de los peligros a los que se enfrenta su supervivencia, peligros que no sólo ponen en riesgo real su continuidad en el tiempo, sino también limitan las posibilidades de desarrollo, presentes y futuras, hecho que lastraría aún más las condiciones actuales de vida.
Se cuenta, casi como si de una leyenda se tratara, que en los primeros años del siglo XX tres amigos de Don Benito se fueron de caza al cerro Martín Pérez. Uno de ellos, agotada su munición, recogió unas pequeñas “bolitas” de gran dureza que encontró en el suelo y con ellas siguió disparando. Aquellas “bolitas” resultaron ser wolframio. En 1905 la concesión fue registrada por José Cazalet, quien obtuvo a lo largo del siguiente año también la propiedad de los filones vecinos. En 1907 Mina Tres Amigos, como fue bautizada, comenzó a ser explotada bajo arrendamiento por un empresario alemán. Tras diversos litigios por engaños e incumplimientos de contrato, Cazalet fundó con varios inversores la Sociedad Minera Tres Amigos, quien a partir de entonces se hará cargo directo de los trabajos.
Así se inicia una historia que ya ha superado el siglo de vida, una vida realmente interesante que, lejos de haber concluido, sigue activa. Repasémosla acompañados por la música del compositor islandés Jóhann Jóhannsson, en concreto del tema The cause of labour is the hope of the World, incluido en el disco The miners’ hymns, banda sonora de la película del mismo nombre dirigida por Bill Morrison.
Las concesiones mineras se extienden por una superficie de unas 95 hectáreas, se sitúan entre los montes denominados Martín Pérez y Cerro Barbero, cruzadas por el Arroyo de la Coja y rodeadas por dehesas dedicadas a la ganadería extensiva. San Nicolás, nombre con el que fue rebautizada la concesión desde los años 40’, es un paraíso minero. Los numerosos filones existentes en el subsuelo están compuestos por cuarzos con moscovita, fluorita, topacio, wolframio, casiterita, bismuto, molibdenita, estannina, bismutita, pirita, arsenopirita, esfalerita, pirrotina, calcopirita, cosalita, bismita, ferberita, sillenita, caolinita, escoradita, goethita, tantalita, y otros en cantidades menores.
La historia contemporánea de San Nicolás es una sucesión de altibajos, de crestas y valles, alternados en el tiempo, momentos expansivos con protagonismo internacional, vinculados a los conflictos bélicos que marcaron el trágico siglo XX, seguidos de paralizaciones de toda actividad. Ahora está sumida en una sima, pronto saldrá de ella para despuntar vigorosa.
La Sociedad Minera Tres Amigos comenzó la explotación en 1914. La producción de wolframio se exportaba a Europa, donde comenzó a demandarse con motivo de la Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial. Tiempo después, durante la Guerra Civil española, la República absorbió la producción de la mina hasta el verano de 1938, momento en que las tropas franquistas se hicieron con el control de la zona.
Concluido el conflicto hispano, la concesión fue retirada al grupo Tres Amigos aduciendo la caducidad de la misma. Pese a los recursos interpuestos, en 1941 se hace con ella Román García de Blanes, quien cambia la denominación y constituye el Grupo Minero San Nicolás. A partir de entonces, la empresa alemana Sociedad Montes de Galicia toma las riendas del espacio bajo la fórmula de arrendamiento. Obviamente uno de los peajes pagados por el régimen de Franco a la Alemania nazi por su ayuda en la Guerra Civil fue poner en sus manos los recursos hispanos demandados por Berlín.
Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, el wolframio se convirtió en un mineral estratégico de la industria bélica internacional. Este metal, gracias a sus cualidades, se incorporó a las aleaciones con las que se fabricaba el blindaje del armamento. Mientras que los Aliados tenían minas disponibles en América y Asia, Alemania, careciendo de ellas, precisaba de la producción extremeña. Resulta sorprendente pensar que, por ejemplo, las Panzerdivision de la Wehrmacht alemana que combatían en el frente soviético estaban hechas con material procedente de Valle de La Serena.
Los alemanes realizaron una importantísima inversión en San Nicolás, dotándola de medios y condiciones de trabajo hasta entonces desconocidos en el lugar, medios y organización propios de la principal mina de wolframio de Europa. Fueron construidos molinos y separadores de material, lavaderos, un funicular de 1 kilómetro de longitud entre la solana de la Sierra de Guadámez (donde se haya la mina Sastre) y el Cerro Martín Pérez, un poblado con más de 100 viviendas, una escuela, casa-cuartel, economato, oficinas, almacenes, etc.
En Valle de La Serena tuvieron lugar entre 1941 y 1944 acontecimientos que fueron mucho más allá de la esfera local para convertirse en hechos que afectaron significativamente a la Historia internacional, hechos poco conocidos, escasamente estudiados pero que tuvieron una singular relevancia en el desarrollo del conflicto bélico mundial, su investigación profunda podría dar lugar a varias tesis doctorales. Dada la necesidad extrema de la industria armamentística germana del wolframio de San Nicolás, los británicos trataron de sabotear la producción y el envío del material a Alemania. Para ello, en lugar de torpedear el proceso extractivo, cosa que hubiera requerido un operativo de éxito improbable, decidieron fomentar el mercado negro del mineral, multiplicando su valor de compra. Ante las expectativas de una buena ganancia se fue tejiendo un sistema corrupto en el que estuvieron implicadas todas las instancias y eslabones de la cadena de extracción, producción y transporte, un sistema en el que participaron desde los mineros hasta los mandatarios locales.
Todo servía para impedir la llegada del wolframio a las factorías alemanas. Las mujeres del pueblo transitaban los caminos por los que circulaban los camiones cargados de mineral, con cada bache saltaban fragmentos que eran guardados discretamente bajo el mandil. Los pantalones de los mineros tenían dobladillos preparados, bolsillos ocultos donde guardar los “bolos” (nombre con el que es conocido el mineral en la población). Se cuenta de directivos que derivaban parte de la producción hacia puertos equivocados. El precio logrado en el mercado negro podía multiplicar por 20 su valor. La riqueza local se benefició de la economía oficial tanto como de la sumergida; en plena posguerra española, cuando la supervivencia era la vida para la mayoría de los españoles, en Valle de La Serena había dos cines, tres bailes, el dinero fluía. Viejos mineros contaban las palizas propinadas por números de la Guardia Civil a todo aquel cazado con algún “bolo” no depositado en la vagoneta; sin embargo, decían, hasta los mandos de la Benemérita participaban del mercadeo. En Valle de La Serena tuvo lugar una batalla estratégica de la Segunda Guerra Mundial, una batalla sin tiros ni trincheras, pero crucial para el desarrollo del conflicto. Un volumen importante del mineral extraído nunca llegó a Alemania, sus armas no pudieron reforzarse con el wolframio vallejo, los Aliados ganaron la guerra…
Concluido el conflicto mundial, la producción fue paralizada por la Comisión Aliada que gestionaba los bienes de Alemania. Los obreros se quedaron sin salario, en la calle, la mina fue desmantelada. Tras tres años de incertidumbre, la explotación fue reabierta en 1947, gracias a la demanda internacional nacida con el inicio de la Guerra de Corea y a la loca carrera armamentística que supuso la llamada Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética y sus respectivos aliados. El trabajo fue realizado por empresas a las que la sociedad concesionaria, Minero Metalúrgica de La Serena, fundada por el ya citado Román García de Blanes, arrendó la explotación y, más tarde, por la propia Sociedad.
El alza mundial del precio del wolframio sumió la mina en un ambiente caótico durante estos años. La racionalidad con que se ejecutaron los trabajos en fases anteriores cedió terreno ante la necesidad de extraer la mayor cantidad y de cualquier modo posible. Entonces la mina llegó a contar con más de 500 trabajadores que, motivados por la posible ganancia, desatendían las medidas de seguridad más elementales: muchos se introducían en los filones en busca de mineral inmediatamente después de producirse las explosiones con las que se abrían las vetas, no dejaban que el polvo se asentara, la atmósfera irrespirable multiplicó los casos de silicosis y otras afecciones pulmonares. Con frecuencia, no se entibaban las galerías ni se sacaban los escombros para agilizar el proceso extractivo. Las condiciones de trabajo de los mineros empeoraron sustancialmente, cobraban por kilo obtenido, muchos días no había salario y estaban sin asegurar.
El último periodo de trabajo intenso sobre la mina se produjo entre 1969 y 1974. Después, durante los años 80’, hubo tímidas reactivaciones hasta su definitivo cierre en 1990.
Diversos estudios se están realizando en la actualidad para determinar la viabilidad económica de la extracción de algunos minerales. La realidad de hoy ha de ser enlazada con la historia de San Nicolás en el siglo XX, pero también con los ancestrales orígenes de la explotación minera del espacio. La parcela en la que se sitúa la concesión minera y su entorno circundante son muy ricos desde el punto de vista arqueológico, riqueza que indudablemente ha de ligarse a las potencialidades mineralógicas del espacio. Allí existen dólmenes, asentamientos protohistóricos, restos romanos y medievales. Junto al Arroyo de la Coja son perceptibles áreas de trabajo, de lavado y pulido del mineral que se remontan varios milenios atrás.
Estos importantes yacimientos, el paisaje en el que se insertan y todo el Patrimonio minero e industrial legado del siglo XX corren serio de riesgo de preservación. Su conservación está realmente amenazada. Durante los años 2013 y principios de 2014 han tenido lugar trabajos forestales que han dañado profundamente el conjunto, arrasando estructuras y construcciones intactas hasta entonces. Aprovechando el “río revuelto”, han tenido lugar expolios de maquinaria, instalaciones, vigas de construcciones, etc., para ser vendidas como simple chatarra. Estudios de hace escasos años del Instituto Minero y Geológico de España calificaban San Nicolás como uno de los conjuntos mineros mejor conservados del país. Esto ya es pasado. Los daños han sido muy significativos. Mientras en los países europeos de nuestro entorno se protege, valora y se explota el Patrimonio industrial, en nuestro país se permite su deterioro e incluso su eliminación injustificada con total impunidad.
Se afirma que el poder, en democracia, procede del pueblo. Si esto es verdad, no se está aceptando la voluntad del pueblo. Valle de La Serena, en pleno, lleva un año solicitando se respete San Nicolás, un símbolo de su identidad sin el cual no puede ser entendido. Un símbolo de su pasado, sí, pero también un cimiento esencial sobre el que asentar su futuro, un salvavidas de la esperanza tan necesitado en los tiempos difíciles que estamos viviendo. En Extremadura llueven piedras desde hace siglos, con esas piedras construimos el presente y tendemos puentes hacia el futuro, somos expertos en trabajarlas, en cuidarlas con mimo hasta que se convierten en panes, hasta que comprendemos que son panes que nos han alimentado el alma. En Valle de La Serena dos cerros de piedra fueron el pan y pueden seguir siendo su sustento.
Cierro este post con música de Chloé Bird, una excepcional cantante y compositora cacereña tan joven como brillante. Su presente ya es luminoso, pero le auguro un futuro plagado de creatividad exitosa. En la edición 2014 del festival Womad Cáceres podremos verla en directo, una excelente oportunidad para disfrutarla. Sin querer establecer comparaciones, pues Chloé tiene su identidad musical propia e independiente, su trabajo me recuerda por momentos a Regina Spektor o a Agnes Obel, dos artistas cuyo trabajo aprecio. Ella quizás no sepa que tiene una vinculación con San Nicolás: hace unos años su padre estuvo realizando un reportaje fotográfico por la mina y sintió especial admiración por el castillete del Pozo Maestro, una singular construcción que emerge sorprendente entre la vegetación. Les dejo con el tema Furtive lullaby, una nana para tranquilizarnos, para recuperar la fe en hallar la tierra prometida, esa tierra que es el hogar añorado.