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Víctor Gibello

Paraísos Olvidados

El Convento de la Luz en Alconchel y su cueva milagrosa

Vista general del conjunto monástico (V. Gibello).

Vista general del conjunto monástico (Víctor Gibello).

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Hay palabras escritas siglos atrás que encuentran su sentido al ser leídas hoy, textos que parecen elaborados para atender la necesidad de claridad y consuelo de personas de cualquier tiempo y lugar. Esas palabras forjan conexiones entre generaciones distantes, diseñan nuevas realidades en las que pasado y presente se funden pariendo un futuro no imaginado hasta entonces. Las palabras tienen gran poder, son proyección de los pensamientos que moldean nuestro interior. El fruto del modelado de cada persona es la sociedad completa.

En la tradición judeocristiana, también en la musulmana como heredera de ella, el Creador da vida a todos los seres mediante su palabra. En la palabra divina reside el origen de toda existencia, siendo tanto los textos sagrados, como la naturaleza, los “libros” que acogen el verbo generador, de ahí que cada letra que contienen, cada ser viviente, tenga una esencia sagrada. Clarificadora, en este sentido, es la obra del maestro sufí del siglo IX Sahl al-Tustari, de la cual hace un estudio excelente Pilar Garrido Clemente, titulado El inicio de la ciencia de las letras en el Islam: la Risalat al-Huruf del sufí Sahl al Tustari.

Jorge Luis Borges muestra en muchas de sus obras el influjo de estas tradiciones, sosteniendo que el verbo es el principio creador. Su ensayo La Cábala es buen ejemplo de ello.

Palabras y palabras, constructivas unas, paridoras del caos otras. Palabras a las que, con frecuencia, no prestamos la atención debida, aunque sean los ladrillos con los que se edifica la cotidianidad en la que vivimos. Palabras con la capacidad de liberarnos, palabras que subyugan, palabras que traen la paz, palabras que siembran el odio, palabras como flores, palabras como cizaña. Hay quien insufla palabras sabias que convertirán a un niño en un hombre digno. Hay quien destruye la vida de una criatura administrándole palabras ponzoñosas, veneno destilado en oídos inocentes.

Palabras y palabras. Es nuestra voluntad usar unas u otras, las que crean o las que destruyen.

Una palabra acude a mi encuentro con frecuencia en los últimos meses: paciencia. Me envuelve como un bálsamo. Como dice un proverbio persa, la paciencia es un árbol de raíz amarga y fruto dulcísimo. Tranquilo, observo como el fruto prospera, engorda, madura.

Francisco de Asís, al que tengo en altísima estima, tiene un capítulo dedicado a la paciencia en sus Admoniciones. En él puede leerse: “El siervo de Dios no puede conocer cuánta paciencia y humildad tiene en sí, mientras todo le suceda a su satisfacción. Pero cuando venga el tiempo en que aquellos que deberían causarle satisfacción, le hagan lo contrario, cuanta paciencia y humildad tenga entonces, tanta tiene y no más.” Sabias palabras de un hombre bueno capaz de crear otro mundo con ellas.

Los franciscanos, frailes seguidores del santo de Asís, adoptaron los principios de humildad y pobreza como vía de regreso a las esencias cristianas. Sin embargo, hasta las obras de un santo pueden ser alteradas por personas que no lo son tanto. Hoy contaremos una historia de franciscanos y deambularemos con asombro por un espacio habitado siglos atrás por ascetas y místicos, hombres alejados del mundo en busca de sí mismos, hombres que encontraron la paz, a pesar de la adversidad, en un lugar apartado, imagen del Paraíso añorado, un pedazo del cielo disfrutable en la tierra.

Camino de acceso al Convento de la Luz (V. Gibello).

Camino de acceso al Convento de la Luz (Víctor Gibello).

Es necesario recorrer unos 10 kilómetros por caminos trazados entre dehesas para alcanzar el convento. Situado al suroeste de Alconchel, al norte de Villanueva del Fresno, sus restos se alzan junto a la rivera de Friegamuñoz, afluente del río Guadiana, que discurre por la sierra de Moncarche y hace de delimitación entre los términos municipales de las localidades citadas.

La leyenda narra que un pastor, llamado Antonio Muñoz, lavaba sus enseres en el arroyo cuando escuchó unas voces y atisbó unas luces que procedían de una covacha cercana. Temeroso, pero valiente, se adentró entre las rocas. Allí encontró una talla que guardó en el morral creyendo era una muñeca. Al día siguiente la escultura no estaba en su zurrón. Intrigado por el fenómeno, fue en su busca. La encontró nuevamente en su cueva, desde donde volvió a trasladarla a su casa. Los hechos se repitieron una y otra vez durante los días siguientes, como si Antonio viviera en un bucle temporal del que no podía salir. Clérigos de Alconchel, informados del evento, determinaron que la escultura era representación de la Virgen, siendo las apariciones, evaporaciones, luces y voces fruto de sus milagros.

Camino de acceso y acueducto (V. Gibello).

Camino de acceso y acueducto (Víctor Gibello).

A pesar de las malas comunicaciones existentes en la Baja Extremadura de fines del siglo XV, pronto se propagó la noticia por la comarca, acudiendo al lugar devotos de Nuestra Señora y curiosos, siempre ávidos de novedades. Juan de Sotomayor, II Señor de Alconchel, sufragó las obras de construcción de un pequeño santuario en el lugar de la aparición, santuario dedicado a la conocida desde entonces como Virgen de la Luz. Junto al templo se edificaron dependencias de carácter monástico que, una vez erigidas, fueron entregadas a los Franciscanos Descalzos, según dispuso la bula papal de septiembre de 1499. Los Descalzos, en ese momento comandados por Fray Juan de Guadalupe, surgieron como movimiento reformista dentro de la Orden Franciscana.

Acueducto (V. Gibello).

Acueducto (Víctor Gibello).

La Descalcez Franciscana tuvo su origen en la España de fines del siglo XV, surgió con la intención de devolver a la Orden de San Francisco los principios de pobreza, humildad y penitencia dispuestos por el santo fundador, diluidos o relajados.

La historia de la Orden ofrece continuas muestras de la necesidad existente entre sus miembros de cumplir con el máximo rigor posible los preceptos de la Regla de San Francisco. De forma recurrente, entre los franciscanos se alzan voces  que llaman a transformar la Orden, instando a los hermanos a volver a la vida eremítica y de oración original. Una de las reformas más importantes tuvo lugar en el siglo XIV, fue promovida por los llamados Observantes, que ansiaban retornar a la pureza primitiva, en la que la fraternidad, la pobreza y el valor místico de la contemplación se combinaban con el trabajo manual. La Orden sufrió una división entre Hermanos Menores Conventuales y Hermanos Menores Observantes.

La llegada de los Descalzos no hizo sino ahondar en la división interna de la Orden. Los Observantes trataron de obstaculizar su desarrollo de todas las formas posibles, incluso con violencia. La Descalcez brotó en Extremadura de la mano de tres personalidades: Fray Juan de la Puebla, Fray Juan de Guadalupe y San Pedro de Alcántara. El santo alcantarino llevó la reforma Descalza hasta el extremo, personificando el ideal buscado. Su ejemplo despertó numerosas vocaciones y provocó una renovación de la Iglesia. El espíritu de su reforma quedó recogido en las Ordenaciones, redactadas entre 1561 y 1562, que dieron origen a la Provincia Descalza de San José, modelo para las provincias constituidas con posterioridad. Austeridad, pobreza extrema, y disciplina quedaron reflejadas en el convento de El Palancar, en Pedroso de Acim, Cáceres, donde el espíritu del santo y los rigores a los que sometió su cuerpo aún siguen produciendo asombro. Con el paso de los siglos la rigidez propugnada por los Descalzos fue ablandándose. En 1897 fueron incorporados a los Observantes, dando lugar a la Orden de los Hermanos Menores.

Vista General del Convento de la Luz (V. Gibello).

Vista General del Convento de la Luz (Víctor Gibello).

Retornemos a los orígenes del Convento de la Luz. Una vez construido, gracias a la generosidad del Señor de Alconchel, el lugar fue entregado a los Descalzos de Fray Juan de Guadalupe, entonces vinculados a los Franciscanos Conventuales. Poco después, los Reyes Católicos ordenaron prender a Fray Juan y obligaron a sus frailes a entregar los conventos a los Observantes. Cinco años más tarde el Convento de la Luz regresó a manos de los Descalzos. Allí acogieron a numerosos monjes procedentes de Salvaleón, Trujillo y Villanueva del Fresno, cuyos conventos habían sido destruidos por los Observantes. Ira y odios impropios de seguidores del santo de Asís, violencias y conflictos entre hombres, en definitiva.

En chozas levantadas en torno a la iglesia, el único edificio en aquel tiempo digno de tal consideración, se alojaron los recién llegados. La vida en el lugar era más propia de un eremitorio, de un “desierto”, que de un espacio conventual propiamente dicho. El templo era semisubterráneo, pues en él se integraba la cueva en la que Muñoz encontró la imagen mariana. Con el paso del tiempo fueron necesarias obras que mejoraran la vida de los residentes y facilitaran el culto a los peregrinos que hasta allí se desplazaban. Uno de estos devotos, Bartolomé Mejías, hizo una importante donación económica para la reforma, ampliación y mejora del convento en 1590.

Detalle de campanario desde el refectorio (V. Gibello).

Detalle de campanario desde el refectorio (Víctor Gibello).

Los trabajos conllevaron la remodelación completa de la iglesia. Pese a seguir siendo un templo modesto en sus dimensiones, ganó en altura y se organizó en dos niveles: el inferior, a modo de cripta, acogió los restos de los monjes finados, antes enterrados en un patio dispuesto hacia el oeste; y el superior, la iglesia propiamente dicha. Al este, como no podía ser de otro modo, se alzó la cabecera, al oeste se dispuso una espadaña con una campana. Un amplio refectorio abovedado, un aljibe para proveer de agua durante el estío y una batería de celdas, fueron algunas de las obras realizadas.

Acceso a cueva bajo iglesia (V. Gibello).

Acceso a cueva bajo iglesia (Víctor Gibello).

Sentado entre las ruinas, imagino el ir y venir cotidiano de los monjes. La campana podría sonar en cualquier momento para convocarles a alguno de los oficios religiosos. Suena la composición Fratres, de Arvo Pärt, interpretada por Lana Trotovsek y Yoko Misumi. La música parece evocar el tránsito de los franciscanos hacia el templo. Lentamente, de entre la bruma, emergen protegidos por sus capuchas. La luz de las velas permite apreciar la aspereza de los hábitos, raídos por el uso y el trabajo. Descalzos sobre la hierba, aún húmeda por el rocío de la mañana, se adentran en el templo. Los sigo hasta la capilla. Los sencillos esgrafiados soportan como pueden el paso del tiempo. La ensoñación se desvanece como la niebla ante el sol, en la cripta se cuelan rayos de sol que hacen vibrar con su luz las piedras de los muros derrumbados. La magia se apodera del espacio, todo parece flotar como en los días en que Muñoz penetró por primera vez en la oquedad camuflada entre la vegetación. Los lugares venerados lo son no por poseer templos; por el contrario, los templos se edifican sobre ellos para aprovechar la energía propiciatoria que emanan.

Dejo atrás la cripta, repleta de recuerdos, y me asomo al paisaje por un agujero en el muro. El río Friegamuñoz serpentea entre las sierras, describe un amplio meandro de sobria belleza. La vegetación se extiende por la rivera, antaño ocupada por los huertos del monasterio. Oración y trabajo. Humildad y servicio.

Dependencias monásticas y paisaje circundante (V. Gibello).

Dependencias monásticas y paisaje circundante (Víctor Gibello).

Las guerras con Portugal del siglo XVII conllevaron el abandono del Convento de la Luz. El conflicto provocó la ruina. Fueron necesarias muchas restauraciones para hacerlo nuevamente habitable. La Guerra de Sucesión, acaecida a principios del siglo XVIII, forzó un nuevo período sin actividad. A su finalización volvieron los monjes, que realizaron trabajos de reparación y mejora del emplazamiento. Quizás lo más destacado de este momento sea el interesante acueducto tendido sobre el puente que salva el cauce de la rivera. El acueducto, con más de 100 metros de longitud, buscaba un acuífero situado en la margen opuesta del convento, desde donde transportaba el agua hasta una fuente cercana a la iglesia.

Esgrafiados y restos de fuente alimentada por acueducto (V. Gibello).

Esgrafiados y restos de fuente alimentada por acueducto (Víctor Gibello).

Tras la exclaustración provocaba por la Desamortización, los franciscanos se marcharon del Convento de la Luz. En la actualidad todo es ruina y silencio. La imagen de la Virgen reside ahora en la iglesia parroquial de Alconchel. Quizás, alguna noche sienta nostalgia y marche furtiva a su cueva iluminada, como cuando escapaba del zurrón de Antonio Muñoz, en los tiempos de su descubrimiento.

Camino de regreso entre encinas retorcidas, el verde del musgo brilla sobre los troncos centenarios. Las piedras de la cripta, vibrantes bajo la luz de la mañana, siguen danzando en mi memoria; desmaterializadas, parecen flotar, ingrávidas, ligeras, carentes del peso que las esclaviza y ancla al suelo. Florence + The Machine interpretan la canción Shake it out en el reproductor del coche. La letra repite incansable “Shake it out, shake it out, it’s hard to dance with a devil on your back, so shake him off, shake it out, shake it out” (“Sacúdetelo, sacúdetelo, es difícil bailar con un demonio sobre tu espalda, así que quítatelo de encima, sacúdetelo, sacúdetelo”). Realmente todo encaja milagrosamente: la experiencia vivida, la letra de la canción, el recuerdo. Basta con sacudir los pesos que cargamos sobre nuestro ser, los “demonios” que nos parasitan impidiéndonos volar, para poder danzar con la luz, libres.

Vista general.

Vista general (Víctor Gibello).

Extremadura posee un patrimonio muy rico y diverso, quizá de los más destacables cualitativa y cualitativamente de la Península. El blog Paraísos olvidados pretende recuperar y dar a conocer la memoria de esta herencia de siglos, un legado compuesto por monumentos y yacimientos arqueológicos, pero también por paisajes, bosques, manantiales, restos de arquitectura vernácula, tradiciones, etc.

Sobre el autor

Arqueólogo, historiador, historiador del Arte, fotógrafo, escritor, emprendedor. Durante los últimos 25 años ha realizado numerosos trabajos de investigación, excavación, restauración y puesta en valor del Patrimonio Cultural por toda España, así como diversos proyectos internacionales. Paraísos Olvidados es un recorrido diferente por el Patrimonio de Extremadura, un viaje a los espacios más singulares, atractivos y amenazados de nuestra tierra, un experimento de divulgación que pretende crear conciencia en la sociedad para su conocimiento, valoración, protección, conservación y disfrute


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